Un éxito muy personal

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

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Bernie Sanders envió ayer, horas antes de la cita con las urnas, tres mensajes sus activistas en Nueva York. En los tres lanzaba duras acusaciones a Hillary Clinton. Denunciaba a su oponente por ser una marioneta de las grandes firmas y lobbies que le han puesto dinero―ingentes cantidades― para su campaña;y que, en caso de una victoria, se la debería. Una candidata secuestrada. Unas acusaciones que han sobrevolado durante toda la campaña, pero que no ha sido hasta la última semana, especialmente durante el pasado debate electoral, cuando han sido especialmente duras y agresivas. Los ataques de Sanders han sido hacia la candidata, con una estrategia de descrédito personal, pero buscaban movilizar a un electorado defraudado y abandonado.Querían llegar a los votantes a través de las emociones indignadas: descontento social, paro, problemas sociales crónicos y un no futuro para ellos y para sus hijos. Por su parte, Hillary le respondía, sin perder la compostura, en el debate electoral: «describir el problema es mucho más fácil que tratar de resolverlo». Esta frase resume la estrategia de Clinton durante las últimas dos semanas: posicionarse como la candidata más realista y mostrar a Sanders como un idealista radical, cuyas ideas acabarían en el lodo en el primer mes de mandato. Hillary resistió (paciente), reaccionó (con moderación) y ganó (holgadamente). Virtudes para ganar. Virtudes para gobernar.

Cuando Sanders, ayer, decía en uno de sus correos electrónicos a simpatizantes y activistas: «La clase política ya estaba en estado de shock cuando el debate de la semana pasada en Brooklyn terminó con la multitud cantando ¡Bernie! ¡Bernie! ¡Bernie! ¡En el propio terreno de Hillary Clinton! ¿Puedes imaginar el pánico que habrá si lo hacemos bien el martes por la noche? Y podemos, pero sólo si nos mantenemos en la lucha contra los millonarios y multimillonarios que financian la campaña de Hillary Clinton», sabía perfectamente el público al que quería impactar con su mensaje. Se trata de jóvenes airados con la política y con los políticos, que quieren un cambio radical, que son demócratas, pero que no se reconocen en Hillary y que opinan es sólo un político más, aupado por el dinero de aquellos que pagan siempre las campañas y controlan así a los futuros líderes.

Bernie Sanders no ha recibido fondos de ninguna empresa multimillonaria, ni de ningún lobby. Aun así, este mes ha logrado más dinero que Hillary, a través de donacionesde personas individuales. Sin una sola fiesta recaudatoria con George Clonney, ni reuniones con lobbies y poderosos influencers del país. De hecho, en todas las firmas de sus correos electrónicos se lee«pagado por byBernie 2016. No por los millonarios». Y ese ha sido su mensaje las últimas semanas, cuando ha visto que su racha de 8 victorias de 9 ha preocupado al equipo de Hillary, pero también al resto del establishment demócrata.

Sanders apostó, en su estrategia definitiva, a un combate sin cuartel contra la persona y a enarbolar la bandera de la izquierda demócrata y de los independientes. Pretendía ser la voz de los más oprimidos, de los que apoyaron Occupy Wall Street, de los que quieren un cambio total en la política norteamericana, de los pobres que siguen siendo pobres gobierne quien gobierne. Como indicaba ayer en otro mensaje: «Y la cuestión central de nuestra campaña es: puede el 99% de los estadounidenses derrotar al 1% tratando de mantener el status quo?». En su contra, los millonarios, sí, pero también toda la gente que cree que sus propuestas no son reales, que es utópico, y que no conseguiría cambiar nada. Es la misma gente que acusa a Trump de lo mismo, de ser un populista que quiere aprovecharse de la frustración de una buena parte de la ciudadanía respecto a su futuro. Pero los desesperados y decepcionados… ¿quieren un portavoz activista o alguien que soluciones sus problemas?

Ayer en Nueva York se decidía la campaña, en casa de ambos candidatos. Una victoria de Sanders ponía en jaque no a Hillary (que lo tiene casi ganado) sino a su campaña en sí. ¿Cómo iba a ser Hillary una candidata fiable si pierde en su casa, donde ha sido senadora 8 años y donde hasta hace un mes ganaba de 48 puntos a un Sanders que no tenía ayuda de millonarios? En caso de victoria de la candidata demócrata, ya todo ―o casi― estaría decidido. Y así fue. Ambos pusieron toda su capacidad, como si más que unas primarias fueran las elecciones definitivas. Sanders gastó dos millones en anuncios televisivos y contó con 15.000 voluntarios haciendo llamadas. Pero Nueva York es un estado muy diverso, y es en estados muy diversos, racial y socialmente, donde Hillary gana siempre. La racha de Sanders ha llegado a su fin. Pero lo ha intentado hasta el final, incluso atacando duramente a Hillary con una estrategia que, al final, ha sido un boomerang a su imagen entrañable y hasta cierto puntosimpática. Sanders agrió su tono, Clinton redobló sus sonrisas. La realidad parece haber ganado a la utopía. Ayer, Hillary, enfatizó su victoria como un éxito «personal». Y así fue. Sanders dijo de ella que «no estaba cualificada» para ser Presidente. Sanders sentenció, pero los electores siempre tienen la última palabra. Y la aprobaron. Con nota muy alta. Arrasó.