Al contrataque

Primarias

ANA PASTOR

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«Ese tipo es un farsante. No tiene experiencia ni bagaje. No está ni de lejos preparado para ser comandante en jefe», dijo él. «Es senador de Estados Unidos», respondió ella, añadiendo: «No es ninguna tontería». Él replicó en tono duro: «Solo lleva tres años en el Senado y su meta ha sido en todo momento la carrera hacia la presidencia. ¿Qué ha hecho realmente?». «Hay que ser realistas. La gente cree que eso es tener experiencia», sentenció finalmente ella.

Esta conversación nunca ha sido desmentida por sus protagonistas. Tuvo lugar en un hotel de Iowa la noche anterior al caucus o votación a mano alzada de ese estado, primera etapa de una larguísima carrera de primarias imprescindible para poder pelear luego por la Casa Blanca. Y en esa agria conversación él era Bill Clinton y ella era Hillary Clinton. Minutos antes les habían dicho que el joven senador Barack Hussein Obama podía ganar, y esa sensación de victoria, sumada a la ilusión que había despertado, había hecho que muchos líderes históricos del Partido Demócrata (líderes todavía admirados y respetados dentro y fuera de la formación) comenzaran a mojarse por Obama.

Las normas y las formas

La charla entre el matrimonio aparece en El juego del cambio, el libro que narra lo que ocurrió aquellos días, escrito por los periodistas John Heilemann y Mark HalperinObama, como todo el mundo sabe, ganó aquellas primarias. Pero en el juego democrático, en el que las normas y las formas son importantes, los perdedores, el equipo de campaña de Hillary Clinton, echaron después una mano a su rival Obama para que consiguiera recaudar fondos suficientes y vencer al republicano John McCain en las elecciones presidenciales. Durante todo el proceso celebraron más de una veintena de debates en todas sus formas: entre ellos, entre sus manos derechas, con estudiantes, con periodistas... Casi un año de campaña en la que los matices jugaron un papel muy importante tratándose de dos candidatos del mismo partido y con propuestas muy parecidas.

Aquí en España estamos en pañales. De momento son los partidos denominados pequeños o nuevos, o sobre todo que no han gestionado el poder, quienes han establecido ese sistema de elección, aunque aún a años luz de otros lugares. La democracia interna funciona en otros países, en los que se regula con leyes pero también en los que solo forma parte de su tradición, sin que existan normas. Quizá la diferencia entre todos ellos y nosotros sea la exigencia ciudadana. Quizá es que aquí nuestros políticos siguen pensando que se lo pueden permitir, que pueden seguir usando dedazos porque no van a tener reproche de los ciudadanos. Y quizá hasta aciertan. O no. Este año lo sabremos. ¿Es la democracia interna en los partidos incompatible con el éxito electoral? Veremos.