Los jueves, economía

Predicar y dar trigo

El resultado electoral recuerda a una liberalización económica a partir de un mercado más competitivo

ANTÓN COSTAS

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Hay elecciones que sirven para elegir nuevos líderes y gobiernos, y otras que se utilizan para sacar a los gobernantes del poder y renovar -aunque sea parcialmente- las élites políticas dirigentes de un país. Las municipales y autonómicas que se han celebrado en España parecen haber sido tanto del primer tipo como del segundo.

Algunos partidarios y dirigentes de los partidos que han salido damnificados lamentan que el voto de muchos ciudadanos a los nuevos partidos haya estado movido más por el deseo de castigo -votar en contra de- que por un impulso positivo -votar a favor de-. A su juicio, muchos votos que han recibido los líderes de los nuevos partidos y organizaciones no serían verdaderas opciones políticas de los ciudadanos, sino votos de castigo. Aunque, como ahora diré, no es indiferente para los nuevos partidos que los votos sean de un tipo u otro, los votos de castigo no desmerecen el sentido de la democracia. Todo lo contrario.

De hecho, el rasgo distintivo de una verdadera democracia no es que permita a los ciudadanos elegir sus gobiernos, sino que puedan castigarlos sacándolos del poder. No hay ningún otro sistema político que lo haga. Hay muchos sistemas que dan algún margen a los ciudadanos para elegir a sus gobernantes, pero solo la democracia les da la opción de castigarlos. Esta es su virtud esencial, su rasgo diferenciador respeto de otros sistemas políticos.

Pasar factura a los gobernantes

Por primera vez en las elecciones del pasado domingo los votantes españoles han pasado factura a los gobernantes. En particular, han castigado la corrupción y los resultados sociales de las políticas públicas que se han llevado a cabo durante la crisis. ¿Por qué ahora los españoles si han castigado la corrupción y las malas políticas y no lo hicieron en las anteriores elecciones municipales y autonómicas? De hecho, una de las sorpresas que los estudios académicos sobre corrupción han puesto de manifiesto es que, en el caso español, la corrupción municipal y autonómica o no recibía castigo electoral o ese castigo no era suficiente para sacar a los corruptos del poder. La respuesta al porqué ahora sí, y antes no, es porque por vez primera vez los votantes han encontrado partidos alternativos que les han permitido practicar ese voto de castigo para apartar del poder a algunos gobernantes.

Desde la perspectiva de un economista, lo que ha ocurrido en el mercado político español puede verse como lo sucedido cuando se liberalizaron los mercados de servicios como la telefonía, la televisión o la electricidad. Antes de la liberalización existía descontento con el funcionamiento de los viejos operadores, los 'incumbentes'. Pero no se les podía castigar porque no había alternativa. Se estaba cautivo. La única opción era abstenerse de consumir sus servicios. Cuando se liberalizó el mercado y surgieron nuevas empresas competidoras, los consumidores pudieron castigar a los viejos operadores eligiendo otro nuevo alternativo. Lo ocurrido el domingo se parece a una liberalización económica. Ahora, en el nuevo mercado político hay dos 'incumbentes', con una cuota de entre el 20 y el 30% cada uno, y dos entrantes, con una de entre 10 y 20% cada uno de ellos. Hemos pasado del duopolio a un mercado competitivo. Los votantes tienen más opciones para satisfacer sus preferencias de políticas.

La calidad de la gobernabilidad

¿Cómo evolucionará esta nueva estructura del mercado político español? ¿Se consolidarán los nuevos entrantes o, por el contrario, los 'incumbentes' recuperarán parte de la cuota que ahora han perdido por los votos de castigo? A mi juicio, va a depender de dos cosas. Primero, del porcentaje que hoy representen los votos de castigo dentro del total de votos que han logrado los nuevos partidos. Por así decirlo, esos votos están en una estación de tránsito. El que esa estación acabe siendo de término va a depender del segundo factor: la calidad de la gobernabilidad que sepan ofrecer. Si es buena, lograrán fidelizar a esos votantes en tránsito; de lo contrario sufrirán pronto una sangría.

¿De qué dependerá la calidad de la gobernabilidad de los nuevos partidos? De dos cosas. Por un lado, que sepan demostrar pronto que son capaces de hacer gobiernos estables, y con personas competentes. Por otro lado, que sepan gobernar conciliando sus objetivos políticos con el interés general.

El examen al que se les va a someter va ser más exigente que el que tuvieron que hacer los gobernantes de los viejos partidos. El resultado lo sabremos en la reválida que tendrán que hacer en las elecciones generales. Como muy tarde, dentro de seis meses. Dicho de forma coloquial: hasta ahora los nuevos líderes han estado predicando la buena nueva frente a lo existente. Ahora tendrán que dar trigo.