HÁBITOS DE CONSUMO

El precio injusto

La sociedad consumista se divide en dos mundos antagónicos: el producto 'low cost' y el 'top cost'

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JULI CAPELLA

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Una empresa de aceto balsámico de Módena, el preciado vinagre italiano, ha desarrollado una curiosa forma de fijar precios. Cada año llegaba algún acaudalado visitante a su negocio y pedía la botella más cara que tuviesen. Era de 50 euros, y sin rechistar se la llevaban. Otros clientes comenzaron a hacer la misma pregunta, ¿no había otra aun más cara? Entonces se les ocurrió presentar un botellín, más pequeño, diseñado por Giugiaro –el mismo de los coches–, pero al doble de precio, 100 euros. Apoquinaban y se llevaban el producto encantados. Así pues cada temporada, iban sacando packagings más sofisticados y fijando precios al azar, pues existía un tipo de cliente que tan solo pedía la botella "más cara". Sin embargo el dueño de la vinatería, ponía el mismo líquido dentro. A partir de ciertos años de envejecimiento, no podía aportar nada más que mejorase su gusto o propiedades y que, por tanto, justificase inflar su precio hasta los 1.000 euros. Total nadie preguntaba si ese producto era de mayor calidad, tan solo si era el más caro. Confundiendo así precio con valor. Por tanto no tenía ningún problema de conciencia, no estaba estafando, tan solo satisfaciendo a cierto tipo de clientes exquisitos, ávidos por conseguir lo exclusivo. Lo interesante de esa botella no era el contenido, ni siquiera el contenedor, sino estrictamente el dineral que había costado: su factura. Algo similar sucede en algunos restaurantes, tiendas y hoteles, donde un determinado público no elije un servicio, que puede costar lógicamente un precio diferente en función de cual sea, sino al revés. Elige un precio, el mayor, sin valorar nada más.

Nuestra enferma sociedad consumista se escinde en dos mundos antagónicos, por un lado el producto low cost, a costa de asfixiar al productor. Y por otro el del top cost, regalándole dinero a mansalva sin motivo. ¿Y qué hay del precio justo de las cosas? ¿No sería lo razonable? Sí, ya sé, lo de la ley de la oferta y la demanda. Pues qué triste, para demandarla.