La posverdad, una mentira muy antigua

La mentira, utilizada como instrumento de propaganda, se empieza a usar masivamente en la guerras de Flandes del XVI y alcanza su apogeo con los nazis

de bry 1c

de bry 1c / periodico

ALBERT GARRIDO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nada hay de especialmente nuevo u original en la práctica de la posverdad, hoy tan presente en todas las discusiones porque se atribuye a ella una parte importante de la elección de Donald Trump. Esos hechos alternativos o datos alternativos a los que se refiere Kellyanne Conway, asesora de la Casa Blanca, no son muy diferentes a los disparates, deformaciones o mentiras puestos en circulación desde tiempo inmemorial por profesionales del engaño. Siglos antes de que los algoritmos llevaran a los gestores de las redes sociales a privilegiar unas informaciones sobre otras, aunque se tratara de falsedades, hubo quien vio en la desinformación una herramienta poderosa para vencer a sus adversarios e hipnotizar a sus adeptos.

En opinión de George Steiner, “lo que no se puede conceptualizar no se puede decir; lo que no se puede decir no puede existir”. En sentido contrario, cuanto se puede decir tiene posibilidades de arraigar en el ánimo de los receptores como algo que en verdad existe. Citar con gesto convencido el atentado de Bowling Green, que nunca se produjo, tiene grandes posibilidades de incorporarse al imaginario colectivo como un ataque terrorista del que nadie informó, pero la intoxicación perpetrada por Conway carece de originalidad. En la Apología de Guillermo de Orange –siglo XVI, guerras de Flandes– la leyenda negra española se concreta en un ejercicio de información envenenada y de propaganda, pero tuvo tal poder de convicción entre los flamencos sometidos a la autoridad de Felipe II en la lejanía y del duque de Alba in situ, que el propio Montesquieu acudió a la Apología para ahormar parte de sus Cartas persas, y aun en el siglo XVIII seguían los ilustrados apegados al arquetipo español del panfleto orangista, anticipatorio de la posverdad.

Mucho antes de que cobrara vida la verdad posfactual, un concepto nacido en Alemania –verdad alterativa la llama el cómico Stephen Colbert–, mucho antes de la invención en 1992 del término posverdad por el dramaturgo Steve Tesich, se respiraba una atmósfera cargada de indecorosas falsedades. Después de la guerra civil de Estados Unidos, el Partido Demócrata hizo denodados esfuerzos para demostrar que la población negra, recién liberada de la esclavitud, no estaba preparada para votar (recurrió incluso a argumentos pseudocientíficos). En realidad, la campaña apenas ocultó el hecho de que el partido estaba gobernado por políticos sureños esclavistas, derrotados en las elecciones de 1868 por la candidatura republicana del general Ulyses S. Grant, a quien votaron los muy pocos negros que aquel año pudieron hacerlo.

“La democracia tiene mucho más que temer de las perversiones o desvíos del proyecto democrático que vienen del interior”, dijo el sociólogo Tzvetan Todorov, fallecido esta semana. Entre estas perversiones figuran episodios tan resaltables como la intoxicación informativa desencadenada por los periódicos sensacionalistas de William Randolph Hearst a raíz del hundimiento del acorazado Maine (febrero de 1898), que fue el pretexto apoyado por la Casa Blanca para desencadenar la guerra contra España. Pasados los años, aquella posverdad quedó al descubierto: la explosión que hundió el Maine no fue un sabotaje organizado por las autoridades españolas, sino un accidente en el interior del buque, que se fue a pique.

Sostuvo Barack Obama poco antes de dejar la presidencia que las prácticas de muchos medios de comunicación “amenazan la democracia al permitir que la gente se retire a sus propias burbujas de conocimiento”. Tales burbujas pueden ser tan nuevas e influyentes como las articuladas en redes sociales como Facebook o tan viejas como la propaganda antisemita que forma parte inseparable de la historia de Europa.

{"zeta-legacy-phrase":{"name":"Joseph G\u00f6ebbles","position":"MINISTRO NAZI DE PROPAGAN","text":"Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad\""}}

Hasta llegar el Holocausto, transcurrieron siglos de posverdades encadenadas que justificaron pogromos, persecuciones, juicios amañados y la célebre frase sobre el poder de la mentira atribuida a Joseph Göebbels: “Repetida mil veces se convierte en verdad”. Ni siquiera el compromiso moral de personajes como el escritor Émile Zola, autor del artículo J’accuse sobre el caso Dreyfus, publicado en la portada del diario L’Aurore el 13 febrero de 1898, pudieron reventar la burbuja. ¿Puede reventarse hoy o el temido final del orden liberal desposeerá de valor la verdad y minimizará el papel de los medios solventes para contrarrestar el auge de la mentira?