Al contrataque

'La plaza del Diamante'

No quiero que Catalunya sea Portugal, porque prefiero que en los años venideros siga empapando mi agenda cultural y, en general, mi vida

Ángeles González-Sinde

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Veía en Madrid La plaza del Diamante La plaza del Diamanteen versión de Joan Ollé interpretada por Lolita. El teatro estaba lleno y de pronto allí en la penumbra, como un relámpago, se me vino una idea a la cabeza: si Catalunya hubiese sido independiente no estaríamos aquí sentados escuchando la historia de Colometa. La mítica serie de TVE con Sílvia Munt no se hubiera hecho, porque Rodoreda habría sido una autora extranjera, como, por ejemplo, Eça de Queiroz, y Munt una actriz forastera, como María de Medeiros. Yo no sabría canciones de Serrat porque no las habría escuchado de niña, él sería un artista como los fadistas para mí, admirables, extraordinarios, pero lejanos. No habría visto las películas de Cesc Gay, que tantísimo me gustan, porque seguramente solo se habrían proyectado en festivales internacionales, como las de Manoel de Oliveira, el mayor cineasta portugués. Si Catalunya hubiese sido otro país, cercano, pero otro país como Portugal, a pesar de lo importante de su cultura habríamos tenido muchísimo menos acceso a ella, su natural difusión no se habría dado porque sería una cultura foránea. Tampoco habría leído a Juan Marsé, ni a Eduardo Mendoza, porque serían escritores como los latinoamericanos, que escriben en nuestra lengua, pero desde otros lugares y solo excepcionalmente cuajan en los intereses de lectores, libreros y editores. La cocina y la moda, el diseño, la arquitectura, los paisajes catalanes, sus ciudades históricas, serían tan sobresalientes y atractivos como hoy, pero ubicados en una latitud menos próxima, como el Algarve o el Alentejo. Barcelona sería como Lisboa, y Girona como Oporto. La función terminó y aplaudí a Lolita Flores, cuyo padre, por cierto, era catalán, pero salí meditabunda. Colometa me había metido una idea muy gorda en la cabeza: me gusta mucho Portugal, pero no quiero que Catalunya sea Portugal.

No me parece útil, ni necesario. Me cuesta creer que un país independiente vaya a ser, como dice el eslogan, un nuevo país. Un nuevo país no lo construyen los mismos que lo han gobernado décadas, un nuevo país no depende de su independencia, sino de nuevas personas con nuevas ideas y otros valores. Yo también querría ese nuevo país, pero sé que no coincidirá nunca con el de un partido conservador como el de Mas. No es la independencia lo que eliminará mágicamente el desempleo y las desigualdades.

Apostar por un sistema público de salud o mejorar la educación requiere creer en ello y trabajar para ello, no para miserables cálculos electorales que garanticen a los que ya están que son los que van a seguir estando. No quiero que Catalunya sea Portugal, porque prefiero que en los años venideros siga empapando mi agenda cultural y, en general, mi vida.