La estrategia del federalismo

Plantar cara al soberanismo

El Govern usa el debate independentista para evitar el social y como arma para negociar con Madrid

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JOAQUIM COLL

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La última encuesta del CEO ha sido celebrada por los independentistas como una señal de que la mayoría social a la que aspiran es ya una realidad o está en camino. No cabe duda de que la famosa pregunta se ha convertido en un instrumento periódico de propaganda para alentar un imaginario de ruptura con el resto de España como si se tratase de una posibilidad real, como algo que está a la vuelta de la esquina. Es propaganda porque hace solamente año y medio de las últimas elecciones al Parlament; entonces, CiU ganó apelando sencillamente a una Catalunya mejor, a la ilusión por un cambio de Gobierno y a la promesa de alcanzar un vaporoso pacto fiscal. Pero de independencia no dijo nada de nada.

Así pues, si en esta legislatura CiU no va a plantear ninguna consulta secesionista, ¿por qué se agita tanto un deseo que, políticamente, no está encima de la mesa? No me cabe ninguna duda de que el tema tiene para el Govern deArtur Mas un uso sobre todo instrumental en el debate catalán: sirve para que estemos hablando todo el día de cuestiones identitarias en lugar de sociales, lo que deja a la izquierda absolutamente prisionera del nacionalismo.

PERO TAMBIÉN tiene un fin estratégico cara la financiación, ya que CiU desea obtener del Gobierno deMariano Rajoy algo parecido al concierto económico. La encuesta del CEO y la agitación independentista que corre a cuenta de una parte de la sociedad civil tiene para los convergentes, pues, un sentido de amenaza. Lo digo no tanto como un reproche, que también, sino como una constatación, aunque difícilmente van a obtener algo tan esencial como la famosa «llave de la caja» si su auténtico deseo, como dicen, es irse de España. Planteado así, el fracaso del pacto fiscal está servido. Frente a todo esto, la pregunta que nos formulamos los federalistas es, ¿qué hacer? El auge social del independentismo es una realidad que va más allá de la instrumentalización torticera que hace CiU. Es un deseo que, aunque no sea mayoritario, es amplio, se expresa sin apenas oposición o lo hace ante el silencio del resto, y se plantea como un atajo ante la crisis económica.

Aparece, además, como una aspiración democrática, frente a la cual me pregunto: ¿los federalistas, para no parecer sospechosos de ser españolistas encubiertos, tenemos que sumarnos al deseo de los independentistas de ejercer el llamado derecho a decidir? Pues lo diré con claridad: no hemos de caer en esa trampa. Los federalistas queremos unir, no separar, por tanto, para nosotros una consulta que persiga la secesión no es una buena noticia. Es cierto que no podemos estar en contra de una pregunta que sea clara e inequívoca, y de una consulta democrática que no persiga un fin ventajista. Pero nuestro objetivo es evitar ese escenario y alertar seriamente de que ni el derecho internacional ni la legalidad española permiten hoy plantear la separación unilateral de Catalunya. Aquellos que tanto deseen la ruptura han de ser conscientes de que para lograrla tendrán de algún modo que quebrar el ordenamiento jurídico. Del derecho al autogobierno que la Constitución reconoce no se deriva en modo alguno un derecho a la separación.

Si los independentistas desean la celebración de una consulta, lo primero que tienen que hacer es ganar unas elecciones con un programa que no ofrezca lugar a dudas. La única forma de verificar que realmente los catalanes desean ser preguntados sobre su pertenencia al Estado español es que eso se exprese en las urnas, no mediante encuestas de opinión. Entonces, y solo entonces, habrá un choque de legitimidades que tendrá que ser resuelto democráticamente a través de la negociación. Pero hasta ese día, por favor, absténganse de instrumentalizar ese anhelo, y más aún de alimentarlo, si no son capaces de explicar con claridad y responsabilidad qué implica jurídica, social y económicamente un escenario de ruptura. Es absurdo, pues, que los federalistas, contrariamente a lo que proponen algunos que aparecen como abanderados de la renovación de la izquierda (tanto en ICV como entre ciertos sectores del PSC), jaleemos el propósito que persiguen los soberanistas: la consulta. El coste de algo así sería enorme para la sociedad catalana. Eso sin contar con que el nacionalismo español, cuya cultura política es mayoritariamente antiliberal, no iba a quedarse quieto. En un choque de trenes, cuenta con la legitimidad de un Estado que tiene detrás cinco siglos de existencia. ¿Está justificado meterse en ese lío?

LOS FEDERALISTAS, herederos del catalanismo como el que más, hemos de dedicar nuestros esfuerzos, no a sumarnos al derecho a decidir, sino a plantar cara al soberanismo. Primero, porque choca con la identidad dual de los catalanes y amenaza con provocar un fuerte desgarro social y sentimental. Segundo, porque se presenta mediante la dramatización de una tesis económica: la constante afirmación, mediante exageraciones y mentiras deliberadas, de que somos víctimas de un robo. Y, tercero, porque la alternativa al soberanismo es otra mucho mas sensata: la España de todos y la construcción de la Europa federal.

Historiador