Al contrataque

El peso del «A por ellos»

A demasiados ciudadanos, el grito con el que se despidió a los policías que vienen a Catalunya les ha recordado que desgraciadamente Rajoy no está solo

ANTONIO FRANCO

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Cuando falta muy poco para el primero de los varios 'días de la verdad' que le esperan a Catalunya en los próximos tiempos, tendríamos que efectuar el ejercicio realista de dejar de preguntarnos quién tiene la razón y pasar a intentar aclarar quién va a ganar. Porque la mayoría de las veces no es lo mismo. Cuanto más físico es un pulso, más posibilidades tiene de ganarlo el simplemente más fuerte; cuanto más pacífico, el más astuto; cuanto menos supervisado, el más tramposo… Y hay una gente que quiere tener razón y otra gente que se conforma con ganar.

Pero también hay que hacerse otra pregunta pragmática: determinar si quién va a ganar a corto plazo será el que luego acabe imponiéndose, porque en Catalunya parece seguro que tendremos varios pulsos encadenados. El domingo por la noche no habrá acabado nada, todos dirán que han ganado, pero es previsible que no haya podido efectuarse una consulta general con garantías que merezca reconocimiento internacional. Teóricamente, eso será una victoria de lo que encarna Madrid. La otra cara de la moneda es que, en cambio, la movilización previsible del conjunto del domingo será tan amplia que se considerará un triunfo del derecho a decidir y empezarán a realizarse cálculos sobre su posible traducción en votos en las próximas citas electorales, porque el señor Rajoy no podrá aplazar o desnaturalizar eternamente las consultas en Catalunya. Y ya que lo citamos, subrayemos que el cortoplacista Rajoy es una de las pocas personas que debe creer que es más importante que el domingo no haya consulta que lo que vaya a pasar con Catalunya en el futuro. Hasta ahora ha actuado como si lo creyese. Cara al futuro, el error estratégico de abrir una guerra mundial contra los alcaldes, por ejemplo, en la práctica es más trascendente que la desmesura antidemocrática del golpe de Estado soberanista que se produjo en el Parlament, aunque esto fuese mil veces más importante. Rajoy, escondido –aunque a la vista de todos– detrás de los fiscales y los jueces, posiblemente se ha cargado de un plumazo todos los equilibrios que existían hasta ahora en la vida municipal catalana.

Desde Vietnam sabemos que muchas guerras no se ganan o pierden en el frente sino en las percepciones que se imponen en las retaguardias. En este sentido, el único tanto importante que ha encajado en propia meta el soberanismo fue la imagen proyectada por un turbio Puigdemont al responder a Évole con ambigüedades sistemáticas, mentiras detectables e incoherencias explícitas. Tras verle, nadie sabe cómo será la Catalunya independiente que nos intenta traer ese señor. Pero después del «¡A por ellos!» con que se despidió en varias ciudades a la infantería policial que se desplazaba para teóricamente pacificarnos en la retaguardia catalana, a demasiados ciudadanos eso les ha recordado que desgraciadamente Rajoy no está solo.