Respeto y atención a las personas mayores

El espejismo de que los jubilados son menos pobres es una ilusión fruto del empobrecimiento general de la población

Turismo de la tercera edad en Lloret.

Turismo de la tercera edad en Lloret.

TERESA CRESPO

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Este 1 de octubre se celebra el Día Mundial de las Personas Mayores y, coincidiendo con la conmemoración, esta semana se han publicado en Catalunya un par de informes sobre la situación de este colectivo con el propósito de evidenciar una realidad en ocasiones oculta. Las entidades sociales la vivimos de cerca y nos gustaría que todo el mundo tomara conciencia de ella y asumiera la responsabilidad de procurar el bienestar de nuestros mayores.

Las personas de edad avanzada conforman un grupo de población notablemente importante porque tenemos una sociedad cada vez más envejecida, gracias a que la esperanza de vida aumenta progresivamente. El sistema de salud es capaz de combatir mejor las enfermedades y el grado de desarrollo de los países desarrollados ha permitido, a pesar de las circunstancias adversas que puedan darse, unas condiciones óptimas para que logremos vivir un buen número de años.

Con la crisis, una parte significativa del colectivo de más de 65 años ha sufrido cambios importantes que merece la pena comentar. Hemos escuchado con cierta frecuencia que, gracias al mantenimiento de las pensiones, los jubilados no han visto reducidos sus ingresos, pasando de ser personas con escasa capacidad económica a ser hoy envidiados por la seguridad y la posibilidad de cubrir sus necesidades vitales. La afirmación es cierta si nos atenemos solamente a las cifras absolutas, pero existen otros factores que nos obligan a relativizarla.

SITUACIÓN DE VULNERABILIDAD Y POBREZA

Frente a una serie de hechos constatados en el último informe INSOCAT, publicado por las Entitats Catalanes d’Acció Social (ECAS), debemos hablar de vulnerabilidad y de pobreza entre las personas mayores. A pesar de la revalorización de las pensiones en un escenario de descenso salarial generalizado, empeoramiento de las condiciones laborales y elevado índice de paro (a menudo de larga duración, lo cual conlleva el agotamiento incluso de las prestaciones de desempleo), la crisis ha afectado en gran medida a este colectivo. El espejismo de que ahora son menos pobres es, desgraciadamente, eso: una ilusión fruto del empobrecimiento general de la población.

La falta de ingresos en miles de hogares es uno de los factores a considerar, ya que para numerosas familias las pensiones de los abuelos se han convertido en la única opción para cubrir sus necesidades cotidianas. Además, muchas personas mayores -especialmente mujeres- que necesitarían ser cuidadas por sus hijos, se ven obligadas, a pesar de su edad, a hacerse cargo de los nietos y de la casa, y en ocasiones a ofrecer sus pequeños ahorros para complementar la pensión y conseguir que toda la familia llegue a fin de mes.

Si analizamos el desarrollo de la ley de la dependencia, que tantas esperanzas despertó en su día, nos encontramos con que se ha quedado muy lejos de alcanzar el nivel de cobertura previsto. En los últimos años ha aumentado el copago por parte de las personas beneficiarias, se ha reducido la aportación del Gobierno español, las listas de espera se han incrementado y la falta de presupuesto para los cuidadores han desvanecido el sueño -que todos veíamos a la vuelta de la esquina- de profesionalizar dicha responsabilidad.

EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA

Tampoco podemos olvidar el problema de la vivienda, que afecta gravemente a la población con pocos recursos y, de manera específica, a las personas mayores en situación de vulnerabilidad. Con frecuencia residen en pisos viejos sin las mínimas condiciones de confort y sin poder mantener la casa a una temperatura adecuada para vivir dignamente. Hay que tener en cuenta, también, que el estado de salud y el deterioro de la movilidad puede llevar a dificultades para relacionarse, con los riesgos que ello comporta. Además de la soledad no deseada, las manifestaciones de violencia por parte de familiares o cuidadores son una realidad a menudo oculta que solo muy recientemente se ha empezado a cuantificar.

Por último, quiero destacar la desigualdad de género, una vez más. Los estereotipos y las prácticas dominantes de nuestra sociedad, en que la mujer sufre continuas discriminaciones y vulneraciones de derechos, se reproducen también en esta franja de edad. Así, las mujeres que han trabajado con contratos laborales discontinuos, jornadas parciales y salarios inferiores a los hombres, se encuentran en la vejez con pensiones extremadamente bajas. Siguiendo la tradición, han priorizado el cuidado de los familiares y han mantenido su presencia en el entorno privado y doméstico, de modo que no es extraño que la actividad y las responsabilidades asumidas a lo largo de la vida no les acaben proporcionando una pensión digna y se encuentren los últimos años de su existencia sin derecho a prestación o con una pensión de 300 o 400 euros, a todas luces insuficiente.

Sirvan estas reflexiones para mejorar el respeto y la atención que dispensamos a nuestros mayores.