El turno

Pep y Artur: humildad y humillación

JOAN Ollé

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nunca CiU ni el Barça habían jugado tan bien: en ambos casos la victoria fue por incontestable goleada. Si, para no olvidarlo, se editan DVD del cinco a cero, ¿por qué no inmortalizar también las penas y alegrías de la noche electoral? O aún mejor: poner a la venta un pack patriótico-culé con Josep Cuní y Joaquim Maria Puyal comentando los partidos y el partido. Y es que los dos grandes opios del pueblo tienen mucho en común: cantera, cánticos, banderas, extrañas contabilidades...

No iba tan descaminado Josep Lluís Núñez cuando soltó aquel magnífico lapsus linguae de que Barcelona se llamaba así debido al nombre del Barça y no viceversa. El grito siempre ha sido doble: Visca el Barça i visca Catalunya, pero a la hora de la verdad el Barça y la ciudad que lo acoge son un referente planetario, mientras que la marca Catalunya no ha acabado de cuajar más allá de sus propias fronteras.

Los dos grandes nombres de estos días han sido, con permiso de Xavi y Duran Lleida, los de Mas y Guardiola, persona en quien muchos ven algo cercano a la perfección. Artur no tiene un pelo de tonto (los viajes a Ítaca siempre enriquecen) y ahora ya sabe cuál ha de ser el modelo a seguir para ser querido unánimemente y cuál es la palabra talismán para lograrlo: la humildad, que el diccionario define como «virtud cristiana que consiste en el conocimiento de la propia inferioridad». En este sentido, Pep, por exceso, roza la caricatura cuando advierte muy seriamente a sus jugadores que incluso un partido contra los casados de Tona o los oficinistas del Banc Sabadell, por poner dos ejemplos, pueden conllevar mucho peligro.

La otra palabra de la semana, que empieza como la primera, es la humillación, sea esta por cinco a cero o por 62 a 28. En este caso, el diccionario habla de «inclinar la cabeza o rodilla en señal de sumisión», pero también de «abatir el orgullo de uno». Ni lo uno ni lo otro, ¿verdad, señor Mas?