EL ADIOS DE UN ÍDOLO

Pedrosa, el rey sin corona

El tricampeón catalán, de 32 años, dirá adios a las motos siendo un auténtico maestro, una leyenda, pero sin el título de MotoGP que tan duramente ha perseguido

Dani Pedrosa se despereza en la habitación del hotel Montecastillo, de Jerez, en sus primeros años en el Mundial.

Dani Pedrosa se despereza en la habitación del hotel Montecastillo, de Jerez, en sus primeros años en el Mundial. / .480254

Emilio Pérez de Rozas

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Ahora lo puedo contar. Creo. Corrían los primeros años de Dani Pedrosa en MotoGP. Alberto Puig, el hombre que lo había descubierto, el gurú que se lo había sacado de la manga, el único experto que creía en él pese a no haber ganado ninguna competición de iniciación, el manager que lo lanzó al estrellato, que lo hizo campeón, bicampeón, tricampeón de las pequeñas categorías, compartía conmigo en el camión-taller del equipo Repsol-Honda una serie de fotografías mías cuando el joven de Castellar del Vallès arrancaba en el equipo Movistar de 125cc, es decir, cuando daba sus primeros pasos en el Mundial.

Yo las tenía copiadas en papel por mi devoción (aún viva) hacia Pedrosa pero, también, porque Puig me había pedido que las guardase “pues algún día haremos algo con ellas”. Alberto y yo, insisto, estábamos jugueteando con las copias entre cajas de tornillos (nada importante, pues los japoneses nunca enseñan o dejan al aire libre sus secretos) cuando, de repente, Dani entró en el camión.

Puig cambió su cara y entre nuestras cuatro manos revueltas, tratamos de recoger, tapar, hacer desaparecer las fotos. Pedrosa las vió y nos preguntó qué hacíamos. Ni Alberto ni yo le supimos engañar (es muy difícil engañar a Pedrosa, muy difícil) y le comentábamos que estábamos recordando tiempos maravillosos de su infancia y juventud, cuando peleaba y derrotaba a todos sus rivales en 125cc (campeón en el 2003) y 250cc (bicampeón en 2004 y 2005).

El título más escurridizo

Y Pedrosa, casi sin mirarnos a la cara (nada de desprecio, desde luego, pura gesticulación, tal vez enfado, sí), dijo con una rotundidad escalofriante (por eso jamás esa frase ha desaparecido de mi mente y han pasado diez años) que “nada de todo eso vale la pena si no conseguimos ganar ahí, si no logramos ser campeones del mundo de MotoGP, ahí, en la pista”. Mientras pronunciaba esa frase, Pedrosa señalaba, casi con desdén (esta vez sí), la pista, el asfalto, el escenario de sus sueños y, sí, su dedo índice derecho parecía atravesar la tupida pared del camión, cruzar el muro del ‘team’ Repsol Honda y clavarse en el asfalto del circuito (juraría que era Assen, la ‘catedral’ holandesa), ahí donde Dani trataba de, en efecto, coronarse 'rey de reyes'.

Pedrosa se irá, con sus 1,60 metros, sin haber logrado ese título que ha tenido, en tres ocasiones, al alcance de su mano. Y que, como todo el mundo reconoce, ha merecido, como poco, al igual que el resto de campeones. O más. Aquel día, mientras Alberto Puig y yo ya considerábamos que su carrera era impresionante (como ha terminado confirmándose con el paso de los años), él nos dijo que no, que todo aquello eran estaciones para llegar a la cima.

Pero las lesiones, su pequeño cuerpo quebradizo, frágil, le ha impedido coronarse campeón de MotoGP. Eso sí, es el único campeón que, en los últimos 12 años (bueno, Marc Márquez lleva camino de ello), ha ganado, como poco, un GP de MotoGP cada año, cosa que no ha conseguido ni el mismísimo Valentino Rossi, con dos años de sequía y fracasos en Ducati o Jorge Lorenzo, por citar dos 'monstruos' que le han acompañado siempre.

Un maestro pilotando

Pedrosa ha anunciado hoy que, a final de temporada, lo dejará. Le honra su sinceridad y, sobre todo, le honra no querer vivir del cuento, ni aprovecharse de las dos magníficas ofertas que tenía sobre la mesa de varios millones de euros cada una. Hasta aquí ha llegado. Y ha dejado tanta huella, tanta, que, en noviembre, en Valencia, será nombrado Leyenda, con mayúsuculas, de este deporte. ¿Por qué?, porque nadie con ese cuerpecito hubiese sido capaz de conseguir, de ganar, de pelear, de asustar y, sobre todo, de pilotar estos monstruos de cientos de caballos de potencia con la finura, el arte, la limpieza, equilibrio y velocidad que lo ha hecho (que lo hace) él, el más pulcro de cuantos pilotos han existido nunca.

Guardo las fotos. Creo que él, ni siquiera las ha visto. Son de los tiempos en los que era campeón. Pero, aunque él no lo crea, el campeón más grande es que el que despedirá, en noviembre, sin el cetro por el que todos se juegan la vida. Será un tricampeón sin título, pero convertido en Leyenda.