La rueda

El pecado de enseñar teta

NAJAT EL HACHMI

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Los pechos siempre han provocado pasiones entre hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. Hay pocos lugares en el planeta donde estas protuberancias femeninas no despierten el deseo, y por eso se les han dedicado páginas y páginas de literatura y han sido tratadas por todas las disciplinas artísticas. Ahora hay pechos por todas partes: en las marquesinas de los autobuses, en los museos, en la televisión, en periódicos y revistas, por supuesto que en internet, y son los elementos más versátiles en publicidad: tanto sirven para vender coches como geles de ducha o vacaciones en el Caribe. Un buen par de pechos, carnosos y turgentes, salvan a cualquier mal publicista, mal anuncio o mala serie.

Lo que no vemos nunca, nunca, son unos pechos haciendo su función principal: la de servir de alimento. Aunque estos caracteres sexuales secundarios se puedan ver por todas partes, el acto de dar el pecho a un bebé provoca siempre una inexplicable incomodidad entre los que lo miran. Lo he comprobado en diferentes lugares donde he amamantado a mi hija: en el autobús, en una terraza de café, incluso en un parque infantil o la consulta de un hospital. La gente mira hacia otro lado, se revuelve ligeramente en sus asientos, se inquieta. Hay quien no puede evitar comentarte la jugada. ¿No estarías más cómoda en otro sitio? ¿Hasta cuándo se lo darás? Piensa que cuando le salgan los dientes... Y otras opiniones menos amables o elegantes. Por eso se entiende que las madres que amamantamos nos acabemos radicalizando. Incluso a las que nos provocan urticaria esas tendencias llamadas de crianza natural y vivimos la lactancia como una fase más de la maternidad nos acaban entrando ganas de hacernoslactivistasmilitantes. ¿Qué pasa, que no se puede enseñar medio pecho con fines nutritivos y en cambio sí se puede con cualquier otro objetivo?