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Este muerto está muy vivo

Pavlovsky saluda al público al final del homenaje que recibió el lunes. Debajo, Boris Izaguirre, Carlos Latre y Xavier Sardà, Martirio y Lucrecia.

Pavlovsky saluda al público al final del homenaje que recibió el lunes. Debajo, Boris Izaguirre, Carlos Latre y Xavier Sardà, Martirio y Lucrecia.

Ramón de España

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 El difunto Lindsay Kemp y el dado por muerto, gracias a un estúpido bulo, Ángel Pavlovsky compartieron desde un escenario teatral una época muy concreta de Barcelona, los años de la Transición, cuando, entre otros asuntos, la homosexualidad formaba parte de la agenda reivindicativa. Cada uno lo hizo a su manera, pero la respetabilidad artística se la llevó el británico con 'Flowers', una cima de la cursilería gay inspirada en Jean Genet que ofrecía al autor francés diversas oportunidades para revolverse en su tumba (le encantó a Jordi Pujol, que ya era una señal, desatendida por mí, de que más me valía ahorrármela). Como aconsejan los anglosajones, si no tienes nada bueno que decir de alguien, más vale que no digas nada, pero uno es de natural bocazas y siempre pensó que el señor Kemp fabricaba espectáculos seudo poéticos para burgueses ansiosos de parecer tolerantes. Solo me gustó en el papel de posadero -e improbable padre de Britt Ekland- en la hipnótica película inglesa de principios de los 70 'The wicker man', protagonizada por Christopher Lee.

Conocí a Pavlovsky hace años, un tipo muy listo, muy culto y muy ingenioso

Pavlosky nunca aspiró a la respetabilidad artística, pero la logró entre muchos -me incluyo- con sus espectáculos unipersonales, aparentemente sin pretensiones, pero dotados de una inteligencia y un humor que no le hacía ascos a la auto irrisión, una tradición anglosajona que en España suele volverse en tu contra. Como en aquella época aún se podían hacer chistes de mariquitas -Arévalo se queja de que tal audacia ya no es posible-, nunca faltaba en los shows de la Pavlovsky algún graciosillo homófobo que intentaba burlarse de él y se acababa llevando un sopapo verbal que lo dejaba mudo.

Conocí a Pavlovsky hace años, en un programa de radio en el que ambos ejercíamos de tertuliano, lo cual me sirvió para comprobar lo que siempre había intuido en él: que era un tipo muy listo, muy culto y muy ingenioso. Un día se le ocurrió decir que siempre había querido ser monja. “¿Para ser el primer hombre que lo consigue?”, le pregunté. “No”, me respondió, “para ser la primera monja judía de la historia”.

Entre el 5 y el 9 de septiembre, Pavlovsky protagonizará un monólogo autobiográfico en el teatro La Gleva La Gleva que tendrá mucho de despedida. A sus 77 años, el argentino exiliado en Banyoles ya no está para muchos trotes.

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