La defensa del medio ambiente en el mundo

Un paso contra el cambio climático

El pacto entre EEUU y China sobre emisiones contaminantes es, a pesar de todo, esperanzador

MARIANO MARZO

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Aproximadamente, el 44% del dióxido de carbono que los humanos emitimos anualmente a la atmósfera proviene de China y EEUU. No cabe duda que ambos países son los principales implicados en las negociaciones sobre cambio climático auspiciadas por la ONU. Pese a ello, las dos potencias han evitado durante años comprometerse en la tarea, tirando pelotas fuera y acusándose mutuamente de ser el responsable de la situación. Este diálogo de sordos se ha traducido en un aumento de las emisiones y un anquilosamiento de las conversaciones internacionales, de forma que, con la excepción de la UE, el resto de grandes emisores se han limitado a sentarse alrededor de la mesa negociadora y señalar con el dedo a los dos grandes contaminadores.

Las cosas podrían haber cambiado tras el inesperado acuerdo alcanzado por China y EEUU el pasado 12 de noviembre: el mundo ha recuperado cierta esperanza y en estos momentos dirige su mirada hacia la reunión de la ONU sobre el clima, iniciada el primer día de diciembre en Lima. Tras el compromiso firmado en Pekín por los presidentes Barack Obama y Xi Jinping, las expectativas de que en la cumbre de París del próximo año se llegue a un acuerdo internacional de cierta relevancia en la lucha contra el cambio climático han mejorado notablemente. Sin embargo, la realidad es que todavía es prematuro echar las campanas al vuelo y que hay sobrados motivos para justificar cierto escepticismo. Según el acuerdo suscrito, EEUU se compromete a rebajar en el 2025 sus emisiones en un 26%-28% (respecto a los niveles del 2005) y China a acelerar el desarrollo de las fuentes de energía bajas en carbono con el fin de lograr que sus emisiones alcancen su máximo histórico en torno al 2030, para después iniciar una trayectoria descendente. Aunque se trata de objetivos nada desdeñables, está claro que ambos países podrían hacer mucho más si se tomaran en serio el problema del cambio climático y, por otra parte, hay dudas fundadas sobre la viabilidad de los compromisos alcanzados.

Por lo que respecta a EEUU, resulta que a Obama tan solo le quedan dos años de presidencia y ante él se abre un futuro incierto, de manera que en el transcurso de dicho periodo debería impulsar toda una batería de medidas para cumplir los compromisos adquiridos. Su arma principal consiste en un conjunto de propuestas y disposiciones, encaminadas a regular la actividad de generación eléctrica en las centrales existentes. De acuerdo con las estimaciones de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, ello podría traducirse en que en el 2030 las emisiones de dióxido de carbono se hubieran reducido en un 30% respecto a los niveles del 2005.

Sin duda, la adopción de las medidas propuestas, junto a las ya tomadas para mejorar la eficiencia en el uso de combustible por los vehículos, supondría un gran avance en la tarea de reducir las emisiones. Sin embargo, el camino emprendido no va resultar fácil. Además de superar los numerosos recursos judiciales interpuestos, las decisiones en materia de lucha contra el cambio climático tomadas por el presidente van a topar con la oposición frontal de muchos políticos republicanos. Estos ya se han apresurado a criticar el acuerdo de Obama con China y no puede obviarse que los republicanos controlarán las dos cámaras del Congreso a partir de enero.

En cuanto a China, el compromiso adquirido es extremadamente vago: no solo no se precisa cuándo las emisiones deberían alcanzar su punto álgido («alrededor del 2030», se dice en el comunicado) y Xi Jinping tampoco especificó a qué nivel se auparían las emisiones antes de iniciar su descenso. En la actualidad, China se halla en la senda correcta para cumplir su objetivo de lograr que para el 2020 el 15% de la electricidad producida proceda de fuentes bajas en carbono. Por ello, la promesa efectuada ante Obama de ampliar dicho porcentaje al 20% en el 2030 resulta muy poco ambiciosa. Y aunque algunos investigadores en temas energéticos han sugerido que China podría estabilizar sus emisiones en torno al 2025, la mayoría de los escenarios sugieren que sin una actuación decididamente agresiva tales emisiones podrían continuar aumentando hasta el 2050.

En cualquier caso, pese a todas las incertidumbres planteadas y a sus limitaciones, el acuerdo entre EEUU y China constituye un importante paso adelante en la lucha contra el cambio climático. No solo porque involucra a los dos mayores emisores, sino también porque implica a la principal economía emergente del mundo. Este primer paso puede servir de catalizador para que otros países se animen a comprometerse. Señalar con el dedo a EEUU y China ya no servirá de excusa par muchos otros.