Dos miradas

Pasar o no pasar

EMMA RIVEROLA

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Son solo unos centímetros. Apenas requiere un leve juego de rodilla. Alzar de modo inconsciente el pie. Ningún esfuerzo. Pero tres centímetros pueden convertirse en un abismo, en un muro humillante e indigno.

Para hacerse una idea, basta con bajar nuestra perspectiva a la altura del pecho y contemplar el asfalto desde una silla de ruedas. ¿Por qué las mesas de ese bar invaden casi toda la acera? ¿Y esa pizarra de menú, no podría ser un cartel? ¡Solo faltaba la maceta de las narices! Pero lo peor aún está por llegar. El enemigo más terrible es un bordillo que se ríe de tus titánicos esfuerzos para superar su miserable pequeñez. La batalla también se libra en aceras demasiado estrechas que obligan a bajar a la calzada o en ese tren al que nunca puedes subir o, incluso, en esa maldita rampa a la que solo asomarte produce vértigo.

Barcelona opta, con tres ciudades más, a ser reconocida como la urbe más accesible de la UE. La batalla de los bordillos ya se ha vencido. Aún quedan algunas por ganar, como el acceso a los vagones de metro, las escaleras de entrada a algunos establecimientos, la guerrilla de negocios invasores o, también, el conductor que aparca en una plaza reservada a discapacitados. Que una persona en silla de ruedas tenga problemas para moverse en plena naturaleza es comprensible. Que los tenga en un entorno creado por y para las personas es inadmisible.