¿París?

Manel Fuentes

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La noche del viernes, París nos volvió a recordar que también somos franceses, mientras el escalofrío nos latigueaba el alma. Igual que el pequeño cuerpo de Aylan flotando en una playa turca nos recordó que también somos sirios. Como ver a Adou, de 8 años, en el escáner de la aduana dentro de una maleta nos conectó con el drama del éxodo en el que está gran parte de la población persiguiendo una vida mejor.

Es bueno comprobar que no hemos perdido capacidad de empatía. Pero también es básico que revisemos nuestra identidad y veamos lo que aún le da sentido. Y que seamos suficientemente honestos e inteligentes para saber cómo preservarla en nuestras ciudades globales. En esas donde habitan también los locos y el terror; fanatismos y desigualdades; abusos y vejaciones; falta de educación y de esperanza; asesinos con o sin discurso; inadaptados y los que odian lo que representamos. Y esto debemos hacerlo ya.

El protocolo en el que estamos no es suficiente. Una tragedia nos golpea y escuchamos los discursos de siempre, vemos cómo aumenta el control policial un tiempo, conocemos las historias de los que nos golpean, con suerte les detenemos o damos caza, y luego... seguimos con nuestra vida, olvidando que desde los aviones de las torres esto ya no es lo que era. Olvidamos que ya somos vulnerables. Olvidamos que somos el mundo. Olvidamos que no pararemos nunca a un loco con un fusil.

Comprar maletas pequeñas para la cabina, botellitas para el champú o pasar por el aro en los aeropuertos sirve más para hacer negocio que para que nuestra civilización sea más segura. Sí, los asesinos han hallado una excusa, una casa, una organización que les quita la culpa y los trata como héroes. El Estado Islámico sabe lavar y secar cerebros; peinar ciudades y hallar piojos para su causa. Se esconden entre nuestros nacionales, entre los pobres refugiados... Se esconden en todas partes.

Promesa de inmortalidad

Como son inmorales con promesa de ser inmortales, se aprovechan de todo y de todos y así ponen bajo sospecha a los más desfavorecidos. Pero, ¿y nosotros? ¿Quiénes somos? ¿Cuántos somos? ¿Qué nos une y nos cohesiona? ¿Qué hacemos mal? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para defendernos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar sin correr el riesgo de convertirnos en ellos?

Vivimos en un solo mundo pero lleno de disfraces, banderas y religiones que sirven como excusa y argumento a gente despreciable. Cultura, educación e igualdad de oportunidades serían pilares a revisar y a exigirnos para estrechar las rendijas del odio. Aunque los asesinos siempre lo serán. Conscientes de estar a la intemperie, incluso en París, rearmémonos desde la cabeza. Redefinamos los valores de convivencia, mostremos sin tapujos los que aún son válidos y defendámoslos a muerte.