Vino de mi cosecha

Para Sílvia

JOSEP M. FONALLERAS

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Para Sílvia

Una de las escenas más conocidas de las películas deWoody Allen es esa en que el protagonista (el propio director) se sienta en un sofá y, de alguna manera, como ocurre tan a menudo, se psicoanaliza. La diferencia es que aquí, al final deManhattan,se examina solo, sin necesidad del habitual profesional que le hace sentarse en un diván.Allen,que interpreta a un afamado guionista de series ridículas, sufre un desorden emocional, inmerso en una crisis de creación, profesional, íntima y también sentimental, todo a la vez, y siente la necesidad de hablar a una máquina grabadora casera para dejar constancia de las cosas por las que vale la pena vivir. Cita la sinfoníaJúpiterdeMozart,y «las increíbles manzanas y peras deCézanne», que son, de las columnas que lo sostienen, dos que yo recuerdo y comparto. Y también habla del rostro de Tracy, la chica a quien querría recuperar y no puede. Cuando rodóManhattan,Woody Allenno conocía aSílvia Pérez Cruz, entre otras circunstancias porque quizá la cantante de Palafrugell aún no había nacido. Si hubiera escuchado su voz, seguro que la habría añadido a la lista de imprescindibles, de esos momentos, esas canciones, esos cuadros o esas imágenes sin las que no saldría a cuenta estar aquí.

Hablar deSílvia Pérez Cruz y no ser ditirámbico es casi un milagro que, como acaban de comprobar, no ha sucedido. Solo puedo añadir otro detalle: si las obras de arte son aquello capaz de invertir la forma de ver el mundo, de observarlo desde un prisma nuevo, las actuaciones de esta chica son una obra de arte. Nunca podrás olvidarla y nunca volverás a ser el mismo después de escucharla. Tanto si canta habaneras, como tangos o bossanova, tanto si se atreve con el jazz, el blues o los fados. Pueden comprobar que sigo en la línea del elogio desmedido, pero les agradecería que me perdonaran: deben tener en cuenta que es muy difícil evitarlo. Soy de los que creen que, de aquí a unos años, algunos podrán decir: yo estaba ahí cuandoSílvia Pérez Cruz empezaba a triunfar.

Lo ha hecho este verano con un mes trepidante que ha incluido más de 20 actuaciones con un repertorio de 110 canciones que provienen de estilos distintos y sensibilidades alejadas, en compañía de músicos clásicos o de guitarristas míticos, sola o acompañada de sus compañeras flamencas de Las Migas, en grandes escenarios o en encuentros íntimos para unos pocos privilegiados, entonando himnos revolucionarios o modulando boleros de tal manera que el Molina deEl beso de la mujer arañahabría convenido una vez más en que le gustan tanto «porque dicen las verdades».

¿Qué es lo que más cautiva deSílvia Pérez Cruz?¿Su polivalencia? Es un rasgo de virtuosismo, pero no lo explica todo. ¿Su poderosa voz, sutil, repleta de recursos técnicos y de increíbles inflexiones? Su voz irrumpe como un puñal en mitad de la oscuridad, pero no lo dice todo. ¿Su actitud distendida, casi doméstica, que se transforma en exhalación arrebatada y trágica? Te deja el corazón en un puño, pero no lo explica todo.

El misterio deSílvia Pérez Cruz es una combinación de todo ello. Y la sensación de que es capaz de recrear el mundo en forma de una burbuja autónoma e indestructible que tiene, como banda sonora, su boca, sus manos intrépidas, sus penetrantes ojos, su fuerza interpretativa. Habré escuchado cientos de vecesBésame mucho. Nunca he estado tan cerca de pensar que era una canción que también habría podido cantar laCallas.