NÓMADAS Y VIAJANTES

El Papa acaba con Berlusconi

RAMÓN LOBO

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El Papa Francisco publicó su Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) y al día siguiente Silvio Berlusconi perdió la inmunidad parlamentaria e inició el camino al infierno, del que seguramente nunca debió salir. No existe causa efecto, al menos para la ciencia y el pensamiento laico del que tanto abominaba el hoy Papa emérito Ratzinger, pero la coincidencia tiene guasa.

Aunque ambas noticias solo estén unidas por una carambola de fechas, juntas representan una metáfora de los cambios que se están produciendo. Unos van en una dirección, hacia los movimientos sociales, la hartura ciudadana, la injusticia y la Teología de la Liberación; otros luchan por mantenerse dentro de la burbuja de la casta insensible e inútil que nos gobierna.

No está solo

Berlusconi es un representante destacado de una manera de hacer política. No es un ejemplar único. No está solo en Europa ni en Occidente. En España son legión los berlusconis: personas que usan la cosa pública en beneficio privado, que no diferencian lo propio de lo ajeno. Es esa corrupción institucionalizada la que lastra economías, la que mata de frío a los sin techo y de hambre a una parte del planeta, la que comercia con armas y personas.

Il Cavaliere es solo un símbolo de todo lo que está mal. El macho alfa que utiliza las mujeres como mercancía, que tiene sexo con una menor a cambio de dinero al por mayor, un dinero sucio que nace del lodo, de la cara oculta de la democracia. En ese otro mundo invisible no hay igualdad ante la justicia, solo depredadores a los que llamamos pomposamente triunfadores, millonarios, señores. En esa cara oculta, el gobernante corrupto cobra comisiones por contratas y obras públicas que sostienen una doble contabilidad piramidal. Esa cara invisible compra mujeres, voluntades, televisiones, jueces y verdades.

La traición de Alfano

Mientras el símbolo cae, si es que cae del todo, su estilo perdura. Nada esencial ha cambiado en el fondo. Solo tenemos el titular anunciado desde que su número dos, Angelino Alfano, le traicionó para salvarse, para seguir en la casta. Las ratas son las primeras en abandonar el barco que se hunde. Alfano tiene mucho que ver con las leyes xenófobas contra la inmigración, con las tragedias en Lampedusa. No es trigo limpio, también vive en la cara oculta de la democracia.

En Occidente siguen los recortes como respuesta a una crisis nacida del exceso de bancos y tiburones. Anuncian brotes verdes con una boca y más reformas con la otra. Son tiempos de eufemismos. Se pierden derechos, se desploman los salarios, aumenta el miedo, desciende la libertad de los ciudadanos. No hay medidas para luchar contra la corrupción estructural, los paraísos fiscales y los ejecutivos irresponsables que se lucran pese a sus errores, blindados por normas aprobadas por ellos mismos, como Berlusconi se blindó con las suyas durante dos décadas.

Nadie discute el sistema, su salvajismo, su impunidad. Y de repente surge un Papa argentino que dice cosas que nunca habían dicho los Papas de Roma. Aboga por una limpieza a fondo, apuesta por la solidaridad y el reparto de los beneficios, por políticas que premien el empleo y la dignidad del trabajo, arremete contra el egoísmo de los mercados y el de sus gestores. «Algunos todavía defienden que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social», dice Francisco. Resulta extraño que un Papa hable de cosas que ni siquiera se atreve a decir la izquierda europea, que más que discutir el fondo se conforman con que les dejen participar en la forma. A este Papa no le gusta la música que se escucha, que es la música que alumbra berlusconis y alfanos, que levanta vallas con cuchillas, que reduce las tragedias del paro juvenil y de los desahucios a una estadística.

Después de acabar con Il Cavaliere, premisa poco científica pero de gran fuerza literaria, el Papa debería darse una vuelta urgente por la España de Mariano Rajoy. No milito entre los creyentes, más bien entre los ateos, pero resulta placentero escuchar a una persona espiritual hablar desde los valores que dice defender y que le permiten estar cerca sin juzgar moralmente. Después de todo no estamos tan lejos de Italia, los nuestros son como el camaleón Silvio Berlusconi pero sin labia. Es lo que tienen los mudos de carácter.