Pequeño observatorio

Palabras de un modesto intruso

He tenido la suerte de entender que este mundo no es mi mundo, que soy, simplemente, un intruso

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Josep Maria Espinàs

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Hace pocos días me parece que cometí una impertinencia. Decía adiós a una chica y tengo la sensación de que acerqué demasiado mis labios a los suyos.

Hoy todo el mundo se besa, cuando llega o se va. Los hombres y las mujeres. En mi juventud esto no pasaba. Entonces un beso era importante, estaba reservado a los amantes o los familiares.

Ahora el hecho de besarse se ha convertido en un acto rutinario, casi obligado, un gesto estrictamente social.

Hemos inventado los falsos besos, los simulacros de besos, los labios que se acercan a otros labios con la certeza de que no se tocarán, besos que, podríamos decirlo así, son una práctica de la frustración.

No sé cuándo apareció, este juego social. En otros tiempos se hablaba de los besos robados. Ahora no somos tant líricos. Parece ser que en Estados Unidos se acudió en una época al puritanismo de advertir públicamente del riesgo que comportaban los besos como transmisores de microbios.

Me gusta más recordar una canción de Georges Brassens que dice: "Los enamorados que se besan en un banco público tienen un aire simpático..." Cuando yo veo por la calle una pareja de enamorados o de personas que se cortejan, siento que respiro feliz.

Por otro lado, tengo la sensación de que ha aumentado la permisividad de los padres de hoy. Ya no es raro el que habría sido impensable en otros tiempos: que un chico y una chica se encontraran solos en una habitación. Había una expresión muy popular: "No perder de vista".

Hay una expresión latina que afirma que el tiempo todo lo devora. Lo dijo el sabio Ovidio, y parece que estaba hablando de nuestro tiempo. Seguramente es cierto que el tiempo es devorador, pero siempre aparece otro tiempo.

Yo he tenido la suerte de entender, a pesar de mi edad, que ese tiempo no es este tiempo, que este mundo no es mi mundo, que soy, simplemente, un intruso.