Vino de mi cosecha

El paisaje y el marco

JOSEP M. FONALLERAS

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El paisaje y el marco

Este año, en varios escenarios de la Costa Brava, han instalado, en lugares apropiados y estratégicos, unos marcos gigantes. Hace tiempo que en la salida de Olot hacia La Vall d'en Bas hay uno. Se trata de construcciones más o menos voluminosas que reproducen la ilusión de una escenografía enjaulada, de un paisaje acotado. La reacción de los que se dan cuenta de la trampa es curiosa. No fotografían a través del marco, porque sería un trabajo bastante inútil. Se trataría de reproducir lo que ya ven los ojos, sin necesidad de este añadido artificial. Hacen fotos de familiares y amigos con las torres medievales, en el caso de Tossa, o con el paisaje de la Garrotxa, en el caso de Olot, con el argumento añadido de un rectángulo que dibuja un perímetro insalvable, y que, de un modo u otro, historioriza la imagen, es decir, le otorga, por el simple hecho de haber sido tomada en ese lugar preciso y pensada por otros, un añadido de trascendencia. Antes, desde el mismo ángulo, uno había fotografiado muchas veces el mismo conjunto arquitectónico, la misma conjunción vegetal, pero con la incorporación del marco resulta que el fotógrafo aficionado participa de un juego conceptual que el propio alborozo le impide percibir. El escenario ya estaba ahí, todo el mundo se había fijado y, sin embargo, como reclamo turístico, eso sí, se genera una nueva manera de percibirlo, precisamente porque ha sido acentuado.

Han surgido varias voces discrepantes con esta iniciativa de promoción de la costa. Vienen a decir que es como tratar a los turistas de ilusos o como querer reducir de forma demasiado explícita un encanto visual concreto, en detrimento de los demás y de la iniciativa individual de cada fotógrafo o, simplemente, del transeúnte que decide mirar por el enorme marco. Son muchos los que lo hacen. Posiblemente habían pasado antes por allí y muy probablemente se habían fijado en lo que ahora se les ofrece como única visión posible. Pero, más allá del trampantojo (simular que la postal toma vida), más allá de la broma que se percibe en todas las intervenciones de este estilo, hay un detalle que vale la pena analizar. Se trata de la formulación a la inversa de la facilidad, de la comodidad que muchos ven como un defecto. Se trata de jugar con el espacio y de reflexionar sobre la importancia de la mirada. La escenografía familiar se hace nueva y muy poderosa cuando alguien nos ayuda a comprender que el ángulo desde el que nos la mirábamos es un elemento fundacional que el marco nos invita a recalcar. Las opciones del ojo son ilimitadas y caóticas: vamos de un lado a otro y observamos lavista,lasvistas,sin reparar en la gradación de las posibilidades. Con este planteamiento del marco gigantesco (turístico, repitámoslo, pero también filosófico), vivimos una idea casi infantil, naíf, y a la vez de una profundidad nada despreciable. Creemos que la magnitud del paisaje puede ser circunscrita, enmarcada; creemos que la sucesión continua de instantes irrepetibles se puede reducir a un momento tan falso y tan concentrado, tan eterno, como el de la fotografía. Con el marco que acota la naturaleza o el entorno histórico descubrimos que nuestro presente podría llegar a no marchitarse. Es una ilusión, ya lo he dicho, una prestidigitación de tipo casi moral, pero estamos en condiciones de vivirla, por unos segundos, como real. Como si redujéramos la complejidad del mundo a la sencillez de un encuadre. Nada existe, excepto lo que podemos meter dentro del marco. Elevamos la anécdota del novato a la categoría del demiurgo.