El cuerno del cruasán

Paisaje después de la batalla

JORDI Puntí

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¿Los hechos de la Ciutadella, dice? ¡Mojemos el pan! Ya han pasado cinco días desde que «los cuatro violentos de siempre», camuflados entre la masa, insultaron y agredieron a algunos diputados. Ya quedó claro que todos, o casi todos, tenemos nuestro pedigrí democrático. Ahora se pueden perfilar algunas reacciones con un poco de perspectiva. La primera es constatar que han dominado las generalizaciones y que, como siempre, favorecen a la visión conservadora. Aunque varios portavoces de los indignados se apresuraron a decir que ellos defendían la vía pacífica y que la «violencia minoritaria» no les representaba, el Govern no dejó pasar la oportunidad de desprestigiar al colectivo. En sus declaraciones se buscaba la identificación entre buenos (ellos, los políticos) y malos (los indignados o, como dicen algunos, los antipolíticos).

Unos cuantos columnistas y tertulianos les ayudaron a hacer correr la voz. Es este un grupo diverso. Están los que viven como nobles arruinados entre las ruinas de su inteligencia. Están los otros, esos que en los años 60 confundieron la revolución con un viaje lisérgico y ahora, enganchados a su iPhone, rabian porque se sienten en fuera de juego. Y luego están los que desde el principio eran contrarios a los indignados, y que ahora sacan pecho y regañan a los manifestantes -así, en clave colectiva- con la condescendencia de un sacerdote desde su púlpito. Entonces les sale ese paternalismo trillado de «¿lo ves?, yo ya te avisé». Esta fue, precisamente, la actitud delconsellerFelip Puig. Nada más salir del Parlament, con una amplia sonrisa, dijo: «Seguramente yo soy el único que entendió lo que pasó el 27 de mayo». Qué lenguaraz. Luego su repertorio de milhombres se hizo aún más insidioso: «Ha habido demasiada simpatía intelectual con los indignados». El antídoto era una entrevista con la sociólogaMarina Subirats, premio Catalunya 2010, que proponía una idea más valiente. Decía: «A veces, las formas del Parlament también son violentas. Porque cambiar las normas del juego a través de la ley ómnibus es otra forma de violencia». Señores del Govern, hagan también un poco de autocrítica y desarrollen esta idea, que es gratis. Estos días su actitud ha sido gremial e impermeable a la realidad. Nada sucede porque sí. Todo está conectado. Todo se transforma. Es el segundo principio de la termodinámica. Unos lo llaman desobediencia civil y otros, la marimorena.