MIRADOR

En un país multicolor

Lo peor en política es ser motivo de mofa, y eso le está empezando a pasar a Puigdemont

Carles Puigdemont se dirige a los medios de comunicación, ayer en Bruselas.

Carles Puigdemont se dirige a los medios de comunicación, ayer en Bruselas.

Cristina Pardo

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Lo peor que te puede pasar, también en política, no es que alguien te insulte o que alguien te acuse de tal o cual comportamiento. Lo peor que te puede pasar es ser motivo de mofa, ser objeto de chiste o quedar reducido a una caricatura. Y eso es precisamente lo que le está empezando a pasar a Carles Puigdemont. Hay muchos motivos para criticar duramente el comportamiento del 'expresident' de la Generalitat. No solo por mentir a los ciudadanos defendiendo unos tiempos para la independencia, a sabiendas de que eran inviables. Tampoco únicamente por su decisión de huir a Bruselas y de protagonizar una campaña completamente estrafalaria, apareciéndose diariamente por plasma sin más compañía que la de los suyos. Es especialmente criticable la actitud de Puigdemont al intentar sacar rédito electoral del exilio, haciendo creer a los votantes que un respaldo en las urnas le limpiaría el expediente para volver tan pancho a la Generalitat. Era mentira. Una victoria electoral no lleva necesariamente aparejada una victoria judicial, como todo el mundo debería saber.

Así que ahora nos encontramos con que la persona que podría intentar formar un nuevo gobierno independentista no puede volver sin que le lleven inmediatamente ante el juez. Y como fórmula alternativa, nos están diciendo que si se retuerce un poco el reglamento del Parlament, como venía siendo habitual por parte de los independentistas, Puigdemont podría ser investido telemáticamente. Es decir, que en su partido sugieren que se gobierne Catalunya desde Bruselas. Dirán que lo suyo es un proyecto de país, pero en este momento no lo parece. Parece más bien un proyecto personalista de un individuo que aspira a salir airoso en los libros de historia y que está intentando que los votantes le absuelvan. Como hizo Mariano Rajoy con la corrupción. Y lógicamente, semejante plan solo puede ser tomado a risa. Lo dijo Gabriel Rufián: "Catalunya no puede tener un presidente por Skype". El diputado de ERC, acostumbrado a hablar en tuits, necesita cada vez menos caracteres para sumir en el ridículo a cualquiera que se le ponga por delante de manera ciertamente efectista. Pero es que Rajoy también se ha apuntado a la fiesta. A la fiesta del sentido común regado con sorna, que es la que le gusta a él. Dice Rajoy que todo el mundo entiende que él no podría gobernar España desde Lisboa. Lo sabe bien, porque durante un tiempo intentó gobernarla desde un plasma. Y todavía hoy en La Moncloa muchos lamentan el estigma. Sin embargo, Rajoy tiene razón. No se puede hacer lo que persigue Puigdemont. Tampoco pretender arrastrar ridículamente al presidente del Gobierno a un país neutral para mantener un encuentro. Es una propuesta patética. Solo hay un camino para que los planes telemáticos de Puigdemont se traduzcan en algo viable: que intente ser el presidente de su Tabarnia particular; un lugar que podría gobernar desde Bruselas o desde donde quiera, porque solo le haría falta tener una cosa: imaginación.