La rueda

Padres a contracorriente

Quienes tenemos hijos adolescentes debemos ponernos en el mismo lugar que en su día nuestros padres

NAJAT EL HACHMI

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Desde el embarazo mismo leemos, nos informamos y buscamos expertos de referencia que nos guíen en nuestras tareas como padres. Nos preocupamos mucho para que duerman bien, para que coman bien, para elegirles la escuela donde puedan ser más felices, el entorno que más les convenga. Sufrimos mucho, durante años, y un buen día, justo cuando ellos comienzan a explorar los límites que les hemos impuesto y los necesitan más definidos que nunca, justo cuando su autonomía les permite acceder a mundos y peligros desconocidos, ese día una alianza de expertos, administraciones, medios de comunicación y partes interesadas económicamente en el potencial consumidor de nuestros hijos, ese día nos dicen que nuestro papel no puede ser el principal, que nuestro criterio no debe imperar porque ese ya es su mundo y no el nuestro. Que cierren la puerta de su habitación, que se conviertan en yonquis tecnológicos o se enganchen a las drogas de toda la vida, que eso ocurra, nos dicen, no nos debe dar miedo.

En este punto el conjunto de los padres nos dividimos en dos subgrupos bien definidos: los que piensan que no hay para tanto, que ya son mayores, que es su libertad y se ponen en la piel de los que fueron cuando teníamos su edad. Una postura cómoda, poco conflictiva. El otro subgrupo somos los que hemos tomado el camino empinado de querer seguir tutorizando a nuestros hijos. Les pedimos esfuerzo, que valoren lo que cuestan las cosas, esperamos un retorno de los valores que hemos estado cultivando desde hace años, queremos que sean críticos con los caramelos que les ofrecen a las puertas de las escuelas. Decidimos que ahora, más que nunca, es el momento de tener las riendas bien cogidas porque ahora es el momento en que sus vidas pueden desbocarse. Decidimos ponernos en el lugar que nos toca, en el de nuestros padres cuando nosotros teníamos su edad.