Al contrataque

El otro aplastamiento

Muchos catalanes no independentistas se autoexcluyen de la España que Rajoy encarna

Puigdemont saluda a Rajoy durante la inauguración de la exposición sobre Joan Miró en Oporto (Portugal), el pasado 30 de septiembre.

Puigdemont saluda a Rajoy durante la inauguración de la exposición sobre Joan Miró en Oporto (Portugal), el pasado 30 de septiembre. / JORDI BEDMAR

ANTONIO FRANCO

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Creo que no es realista la imagen que se proyecta de Catalunya. Lo de que casi una mitad quiere, sea como sea, la independencia que ofrece el procés; que casi otra mitad desea seguir, también como sea, con la actual España; y que en medio, pillada como en un gran sándwich, hay una minoría –desencajada– crítica con las dos posturas. La verdad es otra. Casi media Catalunya, constituida por independentistas reales y muchos compañeros de viaje irreversiblemente hartos de la España que encarna Rajoy, ha decidido irse; otra casi media Catalunya, tan decepcionada por esa misma España como por la indefinida y poco democrática propuesta soberanista de Junts pel Sí, apuesta por grandes cambios en el Estado; y una pequeña minoría –la que estrictamente vota aquí al PP– acepta seguir como hasta ahora.

La situación se vive desde una Catalunya profundamente rota que depende de una España poco atractiva que quizá hasta el pasado sábado era poco consciente de lo lejos que estamos ya los unos de los otros. Una España tal vez poco consciente de que para la mayoría de los catalanes el terrorismo no es lo peor del mundo. Porque se sienten víctimas de otro atropellamiento horroroso, masivo, en zigzag, a cargo de dos conductores: Rajoy (con su sostenida amoralidad política y su inacción culpable) y Puigdemont (portaestandarte de una independencia de contenido desconocido y envuelta en muchos factores antidemocráticos en fondo y forma durante toda su gestación). El hecho de que muchos catalanes no soberanistas ya no se sientan compatriotas con la España que vota mayoritariamente a Rajoy y su modelo de continua degradación democrática rompe todas las ficciones sobre una reconducción sencilla de los problemas. Y convierte en diabólico el pulso institucional anunciado para octubre, y en indeseable todo lo que pueda ocurrir después.

Pero la cara dura vuelta a mostrar por Rajoy en el Parlamento no invita a optimismos para el tiempo que resta. Convocado para explicarse sobre la 'Gürtel', el campeón del disimulo ni siquiera pronunció su nombre. España no avanza nada en la solución de los problemas. Y los suyos le aplaudieron mucho. Los suyos son poco conscientes de que si no cambian de líder la situación puede seguir pero no tiene salida, porque muchos catalanes no independentistas se autoexcluyen de la España que él encarna. Entre otras cosas recientes, porque no castigó a Fernández Díaz, el inmoral ministro del Interior que conspiró contra Catalunya como si fuese un enemigo exterior. Y porque muchos no podremos perdonar la limitación en número de agentes y en acceso a la información que se le impuso a la policía catalana encargada de defendernos del terrorismo yihadista, del mismo modo que no perdonamos que se nos diga que no hubo preaviso del atentado cuando lo que hubo fue un aviso descartado racionalmente por no ser convincente, algo válido pero que no es lo mismo.