Análisis

Osadía democrática

Los griegos han preferido decir basta a optar por un posibilismo de sobra conocido

ALBERT GARRIDO

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Pocas veces como con el desenlace de las elecciones de ayer en Grecia está justificado hablar de día histórico. No solo porque los vencedores forman parte del relato político de su país desde hace muy poco tiempo, sino porque con el triunfo de Syriza se registra una verdadera mutación genética del sistema. El resultado de la coalición de izquierdas, a un paso de la mayoría absoluta, es fruto de la movilización de las víctimas de una crisis atroz, gestionada por una élite política incapaz de reconocer su responsabilidad en el desaguisado y plegada a las exigencias de las finanzas globales.

La osadía democrática de los griegos al dar la victoria a Syriza por un margen espectacular de votos, superior al pronosticado por las encuestas, se ha impuesto a la campaña del miedo promovida por el establishment europeo. Frente a ella han pesado más dos hartazgos entre muchos otros: el de una sociedad asfixiada por la austeridad y el derivado de una estructura binaria del reparto del poder -centroderecha y centroizquierda; Nueva Democracia y Pasok- que ha llevado al país a la ruina. Los votantes han entendido que el grexit -la salida del euro- es más una amenaza que una posibilidad y, en última instancia, que es indispensable desmantelar la inercia clientelar de los grandes partidos, concebidos como empresas familiares -los Karamanlis, los Papandreu y sus respectivos allegados, políticos y de sangre- antes y después de la dictadura de los coroneles.

Una deuda impagable

Nadie puede llamarse a engaño. El apartamiento del poder de las etiquetas de siempre -Nueva Democracia y Pasok- es fruto de la impotencia y del amaneramiento político de unos partidos incapaces de medir los daños causados por la desmesura de los planes de austeridad destinados a pagar una deuda impagable. Cuando se produce una transferencia masiva de votos hacia una coalición variopinta, con contradicciones internas que aflorarán por fuerza en cuanto Syriza deba pasar de las promesas a la realpolitik, es que el bipartidismo de facto de los últimos 40 años ha dejado de ser útil o eficaz para hacer frente a los problemas. Cuando una sociedad sumida en la pobreza, pese a las incógnitas de futuro que entraña el desafío democrático, prefiere tomar este camino a cualquier otro es que se siente profundamente alejada de quienes la han gobernado hasta la fecha.

Los griegos han echado en falta tantas veces un gesto de alivio desde que Yorgos Papandreu negoció el primer rescate que ahora, con el segundo a medio aplicar y el primer ministro saliente, Andonis Samarás, predicando la buena nueva de la mejora de los datos macroeconómicos, han preferido decir basta a optar por un posibilismo de sobra conocido. El posibilismo o la necesidad de pactar un programa viable, que escocerá siempre en Bruselas y en Berlín, es ahora un ejercicio que compete a Alexis Tsipras, obligado a procurar respiración asistida a unos ciudadanos exhaustos, a no decepcionar a los elementos más radicales de Syriza y a acordar un modus vivendi con la Eurozona menos gravoso de lo que lo ha sido hasta la fecha.