Dos miradas

Opio para el pueblo

La pastilla contra el dolor es el remedio más fácil para todos, pero el único para el pobre si es recetado en un consultorio

Un paciente coge una píldora de una caja de fármacos.

Un paciente coge una píldora de una caja de fármacos.

Emma Riverola

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España, nuevo objetivo de los fabricantes de opiáceos. Las farmacéuticas replican la estrategia que hizo disparar el consumo en EEUU. Nos lo contaba en estas páginas Ricardo Mir de Francia en un inquietante artículo con algunos datos demoledores, como las más de 200.000 muertes debidas a los efectos adversos de los opiáceos. El Gobierno de Trump ha reconocido una ‘emergencia de salud pública’ por la ola de adicción. A medida que la conciencia del problema fue creciendo, la prescripción médica de opiáceos declinó, pero los pacientes ya se habían convertido en adictos y buscaron su dosis en la heroína.

Sería demasiado fácil decir que nuestra sociedad no está preparada para el dolor. Que el espíritu de la eterna juventud imperante nos empuja a querer borrar cualquier rastro de la edad en nuestro cuerpo. También los dolores. Y aunque algo de eso es cierto, hay otra realidad y tiene bastante que ver con la clase social.

A veces, obviando las enfermedades más graves, se puede combatir el dolor de muchos modos. Desde masajes a tratamientos alternativos o incluso yoga. Pero no siempre esas posibilidades están al alcance de la mayoría. La pastilla contra el dolor es el remedio más fácil para todos, pero el único para el pobre si es recetado en un consultorio. La relación entre el imperio de las farmacéuticas y la explotación de la pobreza no es nada nuevo. Pero es desolador que siga reproduciéndose con tanta impunidad.