Opinadores o intelectuales

Hoy se mueve mucha más información que nunca por todos los medios y ya no está en manos de élites

PERE VILANOVA

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Toda sociedad abierta produce debates de opinión, en los que se supone se pueden contrastar puntos de vista diferentes, cambios de orientación en cuanto a valores, vaivenes políticos. Y debe entenderse por sociedad abierta aquella en la que, en base a la democracia representativa, el pluralismo informativo y la diversidad asociativa (partidos, sindicatos, asociaciones culturales, y un amplio etcétera), hay instrumentos para que el ciudadano reciba una multitud de puntos de vista, propuestas políticas o relatos muy variados sobre el devenir social colectivo. Es decir que, en teoría, una sociedad abierta produce ciudadanos mejor informados. Puede ser, comparada por ejemplo con sociedades sometidas a regímenes totalitarios en los que la autonomía informativa es igual a cero, o casi. Partiendo de esta afirmación, vuelve a estar de actualidad el debate sobre la figura del intelectual, o si se prefiere, el opinador. Aquel concepto parece más sólido y noble, y quizá no hay para tanto. Ello nos obliga a actualizar las definiciones: ¿qué es (hoy) un intelectual? ¿Y un opinador?

Cabe pensar que ya no es suficiente la antigua distinción entre trabajo intelectual y trabajo manual, para distinguir al que trabaja con su intelecto del que trabaja con sus manos. Incluso en término de estratificación social, y a pesar de que por desgracia las diferencias sociales en cuanto a educación, ingresos y acceso a la cultura, siguen siendo abrumadoras a escala global, no estamos en la primera revolución industrial. Hemos de buscar por tanto otro tipo de definición más adecuada. El acceso masivo a internet, a la televisión vía satélite, el rol de las redes, todo ello mueve mucha más información que nunca, y desde luego todo este arsenal no está confinado a una selectas élites culturales, económicas o políticas. De ello, ¿se deduce que los ciudadanos del 2015 están mejor informados que nunca? Desde el punto de vista cuantitativo, sí. Pero el ruido ambiental ha aumentado en proporción, cualquier universitario lo admite. En un reciente experimento en clase, estudiantes de cuarto curso admitían que reciben entre 180 o 500 wasaps al día, aparte de Facebook, Twitter, Instagram y otros. ¿Cuánto rato al día dedicaban a simplemente discriminar lo útil (o urgente o necesario) de lo superfluo? Varias horas.

LA INFLUENCIA SOCIAL

En este contexto, ¿quién es el intelectual? Y aquí el sentido de la palabra nos aproxima al concepto de opinador. Es decir alguien que, poco o mucho, cuando se expresa tiene cierta influencia social, es decir, se hace oír más allá de su círculo familiar o de amistades más inmediato. Cada medio, en papel o en la red, tiene sus columnistas, y cada uno de estos, tiene sus seguidores. Pero es difícil de medir la influencia que ello tiene sobre el comportamiento social de dichos seguidores. Tendemos más bien a leer a los que sabemos que nos dirán lo que queremos oír, e incluso evitamos a los que sabemos que nos disgustan o cuyo simple nombre nos saca de quicio. A esto habría que sumar otro dato: en un país como este (España, incluyendo Catalunya) el índice de lectura de libros y de diarios es muy bajo. Si la mayoría de la gente no lee, y el alud de informaciones caóticas de todo tipo vía redes, radios, televisiones, es excesivo, ¿quién conforma la opinión de los ciudadanos? Cabe añadir que instrumentos de socialización de valores como lo fueron en su tiempo los partidos políticos y los sindicatos, han dejado de cumplir esta función.

Es hilarante leer en el 2015 las explicaciones que daba Sartre en 1973 cuando en una entrevista decía que dirigía un periódico "maoísta" ('La Cause du Peuple') porque "la burguesía siempre ha desconfiado de los intelectuales" y él estaba en guerra contra "la burguesía" y, por tanto, "había decidido romper el diálogo con esta burguesía". Y era uno de los grandes…. O algunas de las páginas de Chomsky, que a pesar de su influencia intelectual en campos específicos del conocimiento (la teoría lingüística), se lanzó hace tiempo a proponer denuncias sobre los males de este mundo, sin presentar alternativas de ningún tipo. Es decir "todo está fatal, pero menos mal que yo estaba por aquí para explicarlo". La cuestión es si su influencia es o era tan grande como se creía. O si lo es, pero sobre minorías ya muy ideologizadas y predispuestas.

Ante este panorama, en el que parece que opinadores e intelectuales vienen a ser lo mismo, ¿qué hacer? Desde tertulias hasta profundos ensayos, pasando por los furibundos 'trolls' en internet, hay un amplio abanico al alcance de cualquiera. Pero aquella vieja idea/leyenda del intelectual como conciencia y voz de la sociedad de su tiempo, puede darse por muerta y enterrada. Informaciones hay muchas, lo que no hay es cultura del debate de ideas.