Al contrataque

El odio tuitero

No me resigno a pensar que las redes sociales puedan terminar dominadas por gentuza que se presta a los ataques en manada

Miquel Iceta

Miquel Iceta / periodico

CRISTINA PARDO

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La Fiscalía va a investigar al exdirector del Institut de Nanociència i Nanotecnologia de la Universitat de Barcelona por un presunto delito de odio. El motivo es que hace unos días Jordi Hernández Borrell publicó un tuit homófobo, entre otras cosas, en el que decía que el candidato del PSC tenía «los esfínteres dilatados», además de tildarle de «impostor», «ignorante», «demagogo» y «ser repugnante». En un primer momento, y ante la avalancha de críticas, Hernández Borrell dijo que no se estaba refiriendo a Miquel Iceta (¿en serio?) y que era «una metáfora simpática» (¿de verdad?). Al final pidió perdón y presentó su dimisióndimisión. Al margen del mal gusto del comentario del profesor, evidencia que alberga en su interior odio, intolerancia, una mente repleta de prejuicios ante alguien que tuvo la valentía de convertirse en el primer político que hacía visible su homosexualidad. 

Comportamiento gregario

Hernández Borrell es el último ejemplo de cómo una persona puede tirar sus logros profesionales por la borda tras un calentón en Twitter, un nanosegundo de ira plasmado en tan pocos caracteres. Y su caso es particularmente grave, porque se le presupone cierta educación y una dosis extra de responsabilidad por el cargo que ocupaba hasta ese momento. Sin embargo, su caso no es único. En los últimos tiempos hemos visto como a Inés Arrimadas o a Alicia Sánchez Camacho les deseaban violaciones en grupo. También hay insultos muy gruesos a los políticos independentistas o a los representantes de Podemos. Esto no es exclusivo de una ideología. Incluso hay individuos que han amenazado de muerte a periodistas, como a Ana Pastor. Los que estamos en Twitter sabemos que todos tenemos días mejores o peores. Todos. Asumimos incluso con cierta naturalidad, por desgracia, despertarte por la mañana y encontrarte con que te llaman «fascista», por ejemplo. Y lo asumimos a pesar de que la gente escribe cosas que jamás se atrevería a ir diciendo por la calle a personas que ni conoce. Yo lo asumo, porque seguro que también me he equivocado alguna vez, aunque no me resigno a pensar que las redes sociales puedan terminar dominadas por gentuza que se presta a los ataques en manada, en un comportamiento gregario que es digno de estudio. En Twitter también existe algo muy bueno: el ingenio de tantos y tantos usuarios que convierten esa red social, al mismo tiempo, en un lugar divertido y asombroso. Nunca he entendido a esas personas que dedican su tiempo a insultar a los demás solo porque otros lo hagan o porque ven cosas con las que no están de acuerdo y sienten la necesidad de descalificar a quien, además, pueden elegir no leer. No sé cómo se puede vivir con tanta amargura. Debe de ser muy complicado soportarse a uno mismo.