La prisión permanente revisable

Odiar al monstruo, ganar apoyos

Separar a las víctimas reales de quienes explotan su dolor es el primer paso para superar el populismo punitivo

GABRIEL CRUZ Concentración de apoyo el pasado 3 de marzo, en Almería.

GABRIEL CRUZ Concentración de apoyo el pasado 3 de marzo, en Almería.

Javier Cigüela Sola

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El debate sobre la prisión permanente revisable (PPR) está entrando en una pendiente resbaladiza muy peligrosa, salpicada a chorros por eso que llamamos populismo punitivo. Dos son los factores que lo caracterizan. El primero es el exceso de ruido mediático. Ruido antiguo, el de las crónicas amarillas de telediarios y programas maratonianos dedicados a desentrañar la monstruosidad de los acusados: ya saben, mirada fría y actitud distante, pasado oscuro y sospechas previas, y en el extremo estigmas como la homosexualidad (¿se acuerdan de Dolores Vázquez?) o la extranjería del sospechoso convertido súbitamente en preculpable.

También ruidos más recientes, el de las redes, donde masas anónimas y enfurecidas se irrogan el poder de dictar sentencias virales (¡a la horca! ¡a tu país! ¡a trabajar!) que no son justicia sino venganza. El resultado: según las encuestas, el 80% de los españoles apoya la PPR, mientras que más de la mitad contemplaría la posibilidad de la pena de muerte para los delitos graves.

El reconocimiento de la víctima

El segundo factor populista es el engañoso regreso de las víctimas al debate político. Su fulgurante presencia en la discusión acerca de la PPR y del intento de extender sus efectos, el modo en que se apropian de su voz y su dolor, en que les otorgan espacio parlamentario y televisivo como portavoces de quienes sufren distintas lacras, toda esa nueva hegemonía simbólica ¿implica que por fin la víctima va a obtener el reconocimiento que se le debe? Ojalá, pero me temo que no.

La víctima que está incorporándose al debate penal es aquella que ha descrito brillantemente Daniele Giglioli ('Crítica de la víctima') y no coincide con las víctimas reales, sino con aquel espectro simbólico que es utilizado por quienes hablan en su nombre para ganar ventaja en la guerra política o mediática. Los 'trolls' de internet que supuran odio por las víctimas 'no son' las víctimas, solo se apropian de su estatus para polarizar la discusión y ganar 'likes'.

Los políticos que hacen lo propio 'tampoco son' las víctimas, solo se apropian del tabú y de su intangibilidad: “Si vas contra la PPR, estás con los verdugos”; “o conmigo, o contra las víctimas”. “La mitología de la víctima –concluye Giglioli– resta fuerza al más débil y la pone en manos equivocadas”. ¿La de quiénes? La de aquellos que no tienen especial interés en llegar a una solución política a un problema grave (¿y cuántos van ya, de esos problemas?), precisamente porque el conflicto mismo les da votos, 'likes' o audiencia.

Separar a las víctimas reales de aquellos que explotan su dolor es, en fin, el primer paso para superar el populismo punitivo que inunda parlamentos políticos y virtuales, la emotividad y el odio cegadores que irradian, la proliferación de monstruos que surgen como setas a su paso. La madre de Gabriel dijo, tras la muerte de su hijo, “que nadie retuitee cosas de rabia, porque ese no era mi hijo y esa no soy”: “ese no era mi hijo y esa no soy yo”, creo que no hay forma mejor de expresarlo.