Consecuencias de las elecciones legislativas en EEUU

Obama se queda solo

La victoria republicana pone en duda la condición del presidente como líder transversal

ALBERT GARRIDO

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Más allá de dejar constancia de la gran victoria lograda por el Partido Republicano en las elecciones celebradas el martes, las explicaciones al correctivo administrado a Barack Obama por sus adversarios hay que buscarlas en una mezcla de tradición conservadora, desencanto y ausencia de las urnas de una fracción importante de partidarios más o menos seguros del presidente que suelen abstenerse en las elecciones de midterm. Porque ni la incesante caída de la popularidad de Obama ni el éxito de la táctica obstruccionista seguida por los republicanos desde que se hicieron con la mayoría en la Cámara de Representantes -año 2010- pueden entenderse mediante un análisis clásico de los resortes que movilizan a la opinión pública a favor y en contra de un gobernante. Antes al contrario, si se acepta que la política exterior afecta poco a las pulsiones electorales de los estadounidenses salvo en episodios llenos de emotividad -la muerte de Osama bin Laden-, los logros de Obama de puertas para adentro son por lo menos respetables y, en la tradición europea, acaso suficientes para evitar, si no la derrota, sí al menos el desplome sin paliativos.

En el presente, no cabe aplicar un viejo dicho: vota demócrata, pero si van mal dadas, vota republicano. Las estadísticas sugieren que el país marcha mejor que hace solo seis años: el paro está por debajo del 6%, la Bolsa de Nueva York ha batido récords de beneficios, la industria del automóvil ha salido a flote y EEUU será autosuficiente en materia energética hacia el 2020. Cabe, eso sí, remitirse a la nación conservadora descrita por John Micklethwait y Adrian Wooldridge, mediada la presidencia de George W. Bush, a la evidencia de que el neoconservadurismo ha venido para quedarse, bajo la forma del Tea Party o unida a la herencia intelectual de Leo Strauss y sus discípulos.

Una parte del pensamiento europeo ha sostenido que esa vuelta a los orígenes, esa exaltación del individuo y lo privado frente al poder del Gobierno y el valor de lo público, no tenía más recorrido que aquel reservado a las modas políticas pasajeras. Pero aquí está el triunfador no, no, no de los republicanosno, no, no, a todas horas y acerca de cualquier asunto que desprenda un ligero perfume socializante o igualitario; aquí está ese no, no, no que ha maniatado a Obama hasta vencerle sin remisión. Los acontecimientos han demostrado que el eslogan sí, podemosera un dechado de ingenuidad, cuando no de oportunismo. Solo se podía -hubiese podido el presidente- si conservaba mayorías seguras en el Congreso, pero en las elecciones del 2010 los demócratas perdieron el control de la Cámara de Representantes y a partir de ahí toda innovación remotamente liberal chocó con la oposición frontal e innegociable de los republicanos, que se tradujo en una desnaturalización permanente del programa de Obama. Ni las dotes de gran orador del personaje ni su habilidad del 2008 para movilizar al electorado con el recurso intensivo a las redes sociales sirvieron para mantener en pie el andamiaje y salvar este año la mayoría en el Senado. El alejamiento forzado del programa original y las señales de debilidad emitidas desde la Casa Blanca en momentos cruciales han sido tan útiles a los detractores de Obama como la sensación cada vez mayor entre la clase media de que, incluso con recuperación económica y menos paro, los hijos van a vivir peor que los padres y la llamada tierra de las oportunidades puede serlo cada día menos. Ahí la tradición ha vuelto a arropar a los republicanos: la llamada América mesiánica, la convencida de que la historia tiene reservada a la comunidad estadounidense una misión singular a escala universal, ha vuelto a confiar en quienes prometen que, con menos Estado y multilateralismo y más rotundidad en la acción exterior será posible restablecer la confianza en el futuro.

Para cuantos desde el 2008 entienden que Obama es un presidente por encima de la trama política del Partido Demócrata, estas consideraciones carecen de interés. Pero esa singularidad otorgada por ellos a Obama ha operado en contra de los candidatos demócratas, porque el martes se quedaron en casa muchos de los que piensan que una cosa es el presidente y otra muy distinta, su partido. Y, por añadidura, ha aumentado la sensación de soledad que se ha adueñado de la Casa Blanca y ha erosionado la condición de político transversal con la que Obama llegó al puente de mando. Muchos votantes conservadores pueden afirmar hoy, quizá con más fundamento que en el pasado, que el primer presidente negro de EEUU fue y es el líder de diferentes minorías, pero no un político por encima de las minorías, como se dijo en el 2008. Queda a gusto del consumidor calibrar qué peso tienen los prejuicios raciales en esa conclusión.