Los jueves, economía

Un nuevo progresismo

Es preciso establecer otro contrato entre el sector público y el privado que dé paso a la prosperidad

ANTÓN COSTAS

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El capitalismo y la democracia no pueden subsistir si no garantizan el progreso social. Es decir, la mejora continuada de las condiciones de vida y las oportunidades de las personas. La idea de igualdad de oportunidades, de ascensor social, es el factor legitimador básico del capitalismo y de la democracia. La idea de progreso nació con la Ilustración y el liberalismo. Pero se hizo realidad social a partir de la segunda guerra mundial. El capitalismo se reconcilió con el progreso social y la democracia. Pero algo comenzó a ir mal desde inicios de los años 80. Los salarios reales -es decir, el salario menos la inflación de cada año- comenzaron a descender y a perder participación en el reparto de la renta nacional. Como consecuencia, la desigualdad y la pobreza han ido en aumento desde hace tres décadas hasta el momento actual.

Esta tendencia se ha agudizado con la crisis del 2008. La recesión ha dejado en la cuneta del paro a millones de personas. Y cuanto más tiempo permanezcan en esa situación, más difícil tendrán incorporarse a la carretera cuando vuelva la recuperación. La recuperación por sí sola no las sacará de la cuneta. Las abocará al paro estructural permanente, como sucedió en las crisis de los 80 y los 90.

También los jóvenes que han acabado su formación en estos últimos seis años han visto cerrada la posibilidad de iniciar una trayectoria laboral o profesional normal. Para ellos, la idea de progreso social es una entelequia. Y la situación se agrava en el caso de los niños. Los expertos en educación y los psicólogos y neurólogos tienen claro que en la vida de las personas todo comienza en los tres primeros años. Pero hoy la pobreza de empleo y la falta de ingresos en las parejas jóvenes condenan a sus hijos a la falta de oportunidades y la pobreza permanente. Esto es algo que ofende al sentido de decencia que debe tener una sociedad moderna.

En este sombrío escenario es difícil defender la idea de progreso social. El ascensor social se ha estropeado. Esta es la mayor amenaza para la democracia y para el capitalismo en el siglo XXI. Sin embargo, no tiene por qué cumplirse este lúgubre presagio. Como he dicho, la historia nos enseña que es posible reconciliar capitalismo con igualdad y democracia. El pegamento se basó en los programas de seguros sociales y de garantía de igualdad de oportunidades que forman lo que conocemos como Estado del bienestar.

¿De dónde puede venir ahora el nuevo progresismo que necesitamos para salir de la crisis y abrir una nueva época de progreso económico y progreso social? A mi juicio, de cuatro acciones.

Primera. Hay que volver al crecimiento en Europa. Necesitamos políticas monetarias y fiscales más adecuadas. Un punto de crecimiento económico hace mucho más por el control del déficit y de la deuda que cinco años de recortes y austeridad.

Segunda. Hay que orientar las políticas económicas hacia la mejora de la productividad de la economía y no solo, como hasta ahora, a la rentabilidad de los negocios. Uno de los diez mandamientos de la economía señala que todas las cosas buenas que se puedan desear de una economía dependen únicamente de la productividad. Las devaluaciones salariales, las reducciones de los costes laborales y las reducciones de impuestos mejoran la rentabilidad del capital, pero no garantizan la mejora de la productividad. Un nuevo progresismo tiene que buscar un nuevo contrato entre sector privado y sector público para fomentar la productividad.

Tercera. Hay que suprimir los privilegios y monopolios de todo tipo ahora existentes que, por un lado, elevan los precios de los bienes que compran las familias y reducen su renta disponible y, por otro, reducen la competitividad de las demás empresas. Además, hay que eliminar las barreras que obstaculizan la entrada de nuevas empresas innovadoras (starts up). Un nuevo progresismo tiene que fortalecer la política antimonopolio y apoyar una liberalización profunda de los mercados de bienes y servicios. Que gane el mejor.

Cuarta. Hay que orientar las prioridades de gasto público a mejorar las oportunidades de los niños y los jóvenes. El gasto en guarderías y en educación profesional y universitaria de calidad es una prioridad esencial para garantizar las oportunidades. Ahora el gasto social y los impuestos protegen el bienestar de las generaciones mayores y redistribuyen la renta hacia arriba. El Estado del bienestar sigue siendo una pieza clave para el progreso social, pero necesita una profunda reforma orientada a hacerlo socialmente más justo y económicamente más eficaz. Necesitamos pasar de la España del bienestar a la España de las oportunidades.

En definitiva, nos hace falta un nuevo contrato social entre el sector privado y el sector público con cuatro objetivos: fomentar el crecimiento, favorecer la productividad, reducir los precios de los bienes y servicios y aumentar las oportunidades para los más jóvenes. Estas son las cuatro piezas clave del nuevo progresismo que necesitamos en este inicio del siglo XXI.