ANÁLISIS

Un nuevo Messi

El argentino no se adorna, y así como solo dribla cuando es necesario, tampoco da rodeos para hacer llegar su mensaje

Messi, durante el partido ante el Huesca.

Messi, durante el partido ante el Huesca. / .44887172

Sònia Gelmà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sigue siendo el mismo en el campo. Con y sin brazalete. Se diría que ni siquiera necesita pretemporadas. Consigue disimular su tono físico porque su inteligencia futbolística está muy por encima de la media y sabe que mientras pone a punto su punta de velocidad, puede seguir divirtiéndose repartiendo pases imposibles entre sus compañeros y marcando goles con su derecha como si del mejor diestro se tratara. Hace años que es el líder del equipo sobre el césped, y ahora se ha propuesto serlo también fuera de él. Y lo hará con su estilo, con la misma naturalidad con la que supera a sus rivales. Un líder silencioso, pero con la misma ascendencia que su antecesor.

Del mismo modo que su juego ha evolucionado y madurado, también lo ha hecho la persona. Y aunque ante los micrófonos no se sienta tan cómodo como en el terreno de juego, sabe lo que quiere. No hay verde, ni balón ni porterías, pero su sello es el mismo. Messi no se adorna, y así como solo dribla cuando es necesario, tampoco da rodeos para hacer llegar su mensaje, y este año la Champions es el objetivo. Y puesto que en Messi nada es gratuito, puesto que nunca hay una filigrana de más, todos los detalles importan, incluso que se presente a una entrevista con una camiseta blanca con estrellas negras alrededor del cuello, en una sutil alusión —quizás sobreinterpretada por mi parte— al emblema de la competición que se ha marcado entre ceja y ceja.

Fuerte y seguro

¿Significa eso que ya no quiere la Liga? Solo hay que ver su partido ante el Huesca para concluir que no, que lo quiere todo, pero su ambición le permite fijarse una meta y hacerla pública, sin temor a que eso le pueda pesar durante la temporada. Y no solo eso, sino que además exige al club y al equipo que se lo crean, que no se conformen con ser un aspirante más, sino que se consideren ganadores. Messi ya no es aquel chico tímido de 20 años que bajaba la cabeza cuando tenía que expresarse públicamente, ahora se siente fuerte y seguro de decir lo que piensa. 

Su madurez para asumir ese rol de primer capitán, a sus 31 años, conlleva también una mala noticia y permítanme el fatalismo: cuanto más avanza su carrera, más cerca está su final. Y aunque él esté convencido de que el club sobrevivirá a su adiós, cada una de sus actuaciones nos evidencia el abismo que nos espera tras su retirada. También es cierto que solo se puede perder lo que se tiene. Y ese privilegio debería estar muy presente en el barcelonismo, especialmente ese sector que no valora cada partido como una oportunidad única para ver al mejor y permite con su ausencia que medio estadio quede vacío.

TEMAS