Los retos de la inmigración

La nueva cara de Catalunya

El multiculturalismo no debería ser división, sino diversidad en el respeto a unos valores comunes

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IRENE BOADA

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En los 70, cuando yo tenía pocos años, prácticamente toda la gente tenía el mismo aspecto. Recuerdo que, yendo a la escuela por el paseo de Gràcia, nos deteníamos al ver a algún turista admirando edificios deGaudí, entonces sucios e ignorados por nosotros, y llegábamos a señalarlo con el dedo. Esta situación de aislamiento en la que muchos crecimos se alargó durante unas décadas. Mientras tanto,«nord enllà, on diuen que la gent és neta i noble, culta, rica, lliure, desvetllada i feliç», como decíaEspriu, las sociedades se convertían en multiculturales como lo eran las norteamericanas, especialmente Canadá. ¿Quién me iba a decir entonces que mi hijo iría a una escuela, también en el Eixample, donde hay más de una treintena de nacionalidades?

En los países económicamente más desarrollados, a menudo el éxito ha ido ligado al mestizaje. Por poner ejemplos, uno de los mejores cantantes que ha dado el rock británico,Freddie Mercury, nació y creció en la India, de padres parsis; y en el mismo universo musical,George Michaeles hijo de padre griego. Los mejores intelectuales franceses no nacieron en Francia:Albert Camus(criado por su abuela menorquina),Jacques DerridayLouis Althussernacieron y fueron criados en Argelia, mientras queJulia Kristeva era búlgara.Isabelle Adjanies hija de argelino y alemana, ySerge Gainsbourg, el autor de aquella canción tan francesa,Je t'aime, moi non plus, no era francés sino ruso.

Quien vive y trabaja en Catalunya es catalán, definióJordi Pujolya en el inicio de su mandato. En solo 10 años han llegado a Catalunya más de un millón de inmigrantes. En 1999 la inmigración representaba solo el 2% de catalanes, mientras que en el 2009 ya llegaba al 16%. Y no hemos tenido grandes problemas debido a buenas iniciativas como el Pacte Nacional per la Immigració y la ley de acogida, pioneras y que han llegado a ser referentes europeos. Antes de la crisis se calculaba que Europa necesitaría unos 40 millones de inmigrantes en los próximos 40 años, y Catalunya un millón en los próximos diez. Nos conviene, pues, empezar una fase de redefinición como sociedad multicultural, que es como serán prácticamente todas las sociedades en el mundo abierto de hoy.

La nueva identidad catalana debería estar basada en el reconocimiento de unos valores comunes: la profundización de la democracia, el respeto hacia nuestras leyes, la garantía de la igualdad de trato para todo el mundo y de derechos y deberes, los valores de solidaridad, paz, convivencia y tolerancia. Es obvio que en nuestras sociedades europeas no debe haber espacio para las mutilaciones femeninas o los matrimonios forzosos. Igualmente, queremos un respeto colectivo por nuestro país, nuestra lengua y nuestra herencia. De hecho, el catalán, como el francés en Quebec, es un elemento muy útil para la integración.

Además de una definición clara basada en estos principios, necesitamos más legislación antidiscriminatoria. Por ejemplo, no es normal que de los 510 candidatos por Barcelona en las elecciones del día 28, apenas 10 representen a estos nuevos catalanes y solo dos tengan posibilidades reales. Otro ejemplo de discriminación sería la pasividad del Govern ante la prostitución, quizá debida a que las víctimas del comercio de mujeres son a menudo extranjeras. Es fundamental que protejamos el bienestar de las mujeres independientemente de sus orígenes, especialmente las menores de edad. En el mundo de la comunicación, necesitamos más gente de diferentes etnias y culturas en los medios para que sean verdaderamente plurales. No menos importante, necesitamos eliminar expresiones discriminatorias en nuestro lenguaje, y esta educación mínima debemos procurar extenderla a todo el mundo.

El multiculturalismo no debería ser división, sino diversidad en el respeto a unos valores comunes. Tendremos éxito si somos capaces de hablar de nuestras angustias y miedos en el devenir de nuestra convivencia, pero nunca con ataques que puedan ofender a alguien. Convendría construir una idea colectiva de agradecimiento por la aportación que hacen los inmigrantes. Londres es una de las ciudades más admiradas por su mestizaje, en un país donde hoy es más británico el curri que elfish and chips. Barcelona también puede ser un modelo de convivencia. Para alcanzarlo necesitamos más afirmaciones de pluralidad, también de las más altas esferas, por ejemplo del reyJuan Carlos. Ya hace casi una década que la reina de Inglaterra habla de «nuestra rica, multicultural y multirreligiosa sociedad». Una España verdaderamente multicultural, educada en el respeto a las minorías, podría solucionar el problema interno de encaje. Una España que acepte su diversidad y que no vea comoproblemani a inmigrantes ni a catalanes. La inmigración debería verse como una oportunidad mutua y no como una amenaza. Deberíamos ser capaces de proveer esperanza y ganas de prosperar, y de que la nueva Catalunya sea la suma de todos, una suma de entusiasmos que se contagian mutuamente. Periodista y filóloga.