Análisis

El nudo Mariano

Mariano Rajoy, ayer, en la convención del PP en Valladolid.

Mariano Rajoy, ayer, en la convención del PP en Valladolid.

ANTÓN LOSADA

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Hace tiempo que Mariano Rajoy maneja datos que alertan de que sus votantes más fieles se lo están pensando. Para ellos era verdad el dilema Cospedal: el PP o la nada. Pero ya no lo es. José María Aznar y Esperanza Aguirre están convencidos de que tanto titubeo se debe a la renuncia a ese liberalismo que prescriben para los demás. Alberto Ruiz-Gallardón cree que añoran el nacionalcatolicismo. Se equivocan. La mayoría silenciosa de la derecha española no es ni liberal ni reaccionaria. Es conservadora, católica y corporativista. Le gusta tan poco la privatización de la sanidad como a los demás.

Como siempre, lo que piensa Rajoy es un misterio. «Menudo lío», se dirá, mientras intenta desenredar el nudo de cómo mantener el monopolio del espacio electoral de la derecha del que disfruta el Partido Popular. Un fenómeno casi único en las democracias europeas, donde las derechas deben gobernar en coalición entre sí mismas. Una excepción que, antes o después, acabará.

La repenalización del aborto pretendía movilizar a sus bases tonificándolas con una agria polémica moral. No está claro si ha funcionado porque en su mayoría forman parte de esa clase media a quien el ejecutivo ha convertido en pagana de la crisis. Lo que les importa ahora son sus impuestos. En cambio hay dos efectos que ha logrado con certeza. Le ha devuelto la bandera de la igualdad a la izquierda y a buena parte de los suyos los ha dejado desorientados. Casi tanto como una ley de seguridad ciudadana que nadie pedía, tampoco los votantes del PP que han firmado contra el bulevar del Gamonal.

Cuando se gobierna no se puede ir al centro y a la derecha a la vez. Ese milagro solo puede obrarse en la oposición. Rajoy ya lo sabía y algún ministro se está enterando. El presidente siempre ha sabido jugar a parecer de derechas cuando habla para asegurarse a los suyos y parecer de centro cuando gobierna para tranquilizar al resto. «Las elecciones se ganan en el centro» era su lema como director de la campaña del 2000.

Rajoy intuye que su problema con los votantes está en la economía. O la arregla, o les convence de que lo está haciendo, o está perdido. No ve que pueda hacerse mucho más. Quien le preocupa hoy son los militantes de base. Mariano Rajoy se graduó como hombre de partido en el PP de Galicia. Las conspiraciones de Génova deben parecerle una broma comparadas con los navajazos compostelanos. Sabe que Aznar no va porque no tiene sitio. Mayor Oreja renunció cinco minutos antes de pedírselo. Vidal-Quadras debe provocarle una sonrisa. Como los lamentos de algún periodista que acaba de descubrir que las portadas de los periódicos solo matan a sus directores. Mientras el aparato le rinde pleitesía en Valladolid, a Rajoy quien le inquieta es Ortega Lara. Muchos votantes se verán reflejados en él porque es como ellos. No se trata de un líder ególatra y cascarrabias, o un profesional buscando sitio en las listas. Se trata de un militante ejemplar que parece traicionado. Y eso sí duele.

Rajoy afronta una situación nueva. Una parte de la derecha utiliza el terrorismo contra la otra y le receta el mismo tratamiento de choque que él aplicó con eficacia a Zapatero. El votante popular podrá elegir algo más que la nada. Tiene oferta por el centro con UPyD y por la derecha con Vox. Hagan como el presidente, esperen y vean.