Pequeño observatorio

Noventa amigos me saludan

Saber envejecer no es fácil cuando vemos que todo se rejuvenece a nuestro alrededor

Un grupo de ancianos charla en el parque del Centro Civico Castello.

Un grupo de ancianos charla en el parque del Centro Civico Castello. / periodico

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Este martes, día 7 de marzo, llego a los 90 años de edad. Escribo este artículo unos días antes, para que EL PERIÓDICO tenga tiempo de ponerlo en página el día anterior. Sé que me la jugaba, anticipándome, porque a estas alturas de la vida las previsiones son temerarias. Confío en que el Señor de la vida y de la muerte no le haya cogido un pronto de prisa innecesaria. Ya nos encontraremos un día u otro, respetado Señor, por eso no debe sufrir.

Hay una definición de la edad que es puramente cronológica: «El tiempo transcurrido desde que una persona ha comenzado a vivir». Pero a la gente no le gusta esta frialdad descriptiva y han aparecido otras explicaciones: la edad de la infancia, la de la juventud, la madurez y la vejez. Y si esto se acepta, resulta evidente que las edades son muy informales. No tienen el dominio de los valores, porque hay jóvenes fundamentalmente sensatos y maduros precozmente envejecidos. E incluso viejos sorprendentemente juveniles.

Hay una afirmación que un hijo puede dirigir a su padre: «Ya no tienes la edad para hacer estas cosas...». Y, curiosamente, el padre le puede decir a su hijo que aún no tiene la edad para pensar o para hacer lo que se propone. La única verdad sobre los años es la que figura en el carnet de identidad. A partir de esta información ya podemos opinar sobre si esa persona se ajusta razonablemente a la edad oficialmente certificada. Hay un consejo de Horacio que me parece lúcido: «Cambie ya de caballo, que es viejo, si no desea que, jadeando y extenuado, haga reír a todo el mundo».

Es cierto que saber envejecer no es fácil cuando vemos que todo se rejuvenece a nuestro alrededor. La protesta contra este hecho lleva a veces a una agresividad amarga. Lo he visto en el caso de un escritor que envejecía irritado por envejecer, aunque no lo reconociera. Para evitar que los 90 me afecten, acudiré a la indiscutible verdad matemática: he cumplido 89... más uno.