El desafío independentista

Novedad en la cartelera

El caso de los carteles de Lleida es aislado pero merece una seria reflexión sobre el 'fascismo rampante'

El cartel que ha aparecido en Lleida contra Iceta, Arrimadas, Rabell y Albiol.

El cartel que ha aparecido en Lleida contra Iceta, Arrimadas, Rabell y Albiol. / periodico

PERE VILANOVA

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El cartel que el otro día apareció <strong>en las calles de Lleida</strong> dejaba poco margen a la imaginación: "Els qui neguen el democràtic dret del poble a l’autodeterminació… són enemics del poble!; tractem-los com a tals". En efecto, la intención intimidatoria es evidente. Las cuatro fotos de los "enemigos del pueblo" aclaran todavía más la amenaza. La duda es: ¿conviene tomarlo a la ligera? Al fin y al cabo, es bien cierto que después de siete años de proceso el número de incidentes relacionados con el mismo es muy reducido, casi marginal. Pero como síntoma debe ser examinado de cerca, se trata de un caso claro de fascismo rampante. Que nadie se lleve las manos a la cabeza, conviene explicar por qué se trata de una proclama totalmente antidemocrática, en sus formas y en su fondo.

Ante todo, sus autores parecen tener muy claro qué es el pueblo, hasta aquí un error muy frecuente en política, y, sobre todo tienen muy claro que ellos (los autores) son los representantes de dicho pueblo, y en exclusiva. Se otorgan igualmente a sí mismos, a partir de dicha representación exclusiva, la condición de erigirse en jueces, acusadores y jurado en un juicio con poco margen para la parte de la defensa. Tribunal y ejecutores de la eventual sentencia ("tractem-los com es mereixen!"), no lo saben pero están en la línea de sucesión directa del concepto de enemigo del pueblo acuñada en el siglo XX por la tradición leninista, musoliniana, hitleriana y todos sus derivados. Y esa tradición, si vamos más atrás en la historia europea, tiene un padre teórico, Jean Jacques Rousseau, y el promotor de la primera experiencia política práctica de tal matriz, Robespierre durante la Revolución Francesa.

UNIDAD INDIVISIBLE

En Jean Jacques Rousseau y en Robespierre, como ejecutor práctico del modelo, el esquema es muy simple: el pueblo es una unidad indivisible, su expresión política es la voluntad general, y esta es indivisible, debe expresarse por la vía de la unanimidad. Cualquier fragmentación de la voluntad general equivale objetivamente a traición, y debe ser castigada como tal. Como puede ver el lector, quedan en la cuneta la noción de representación política plural, mayorías y minorías, derechos subjetivos del ciudadano frente a un derecho objetivo del pueblo de cuya representación y gestión se ocupa… no todo el pueblo, sino  una vanguardia organizada, que se encarga del resto.

Queda un último aspecto, nada secundario. Y es la doble ofensa democrática que se deriva por un lado del mecanismo de la delación, y el del anonimato de los denunciantes. Fomentar la delación, hay un amplio consenso en que esto está mal, cívicamente mal. Hacer de chivato desde el anonimato es francamente reprobable. En universos cerrados, una cárcel, un campo de internamiento, la mili, o a escala mucho menos dramática, en un colegio de curas en régimen de internado en épocas no tan pretéritas, la delación era un pecado mortal, y el chivatazo anónimo equivalía a un ostracismo taxativo. Es un caso aislado, pero merece reflexión.