ANÁLISIS

Nostalgia del pesimismo (azulgrana)

Bartomeu y Puigdemont, en el palco del Camp Nou.

Bartomeu y Puigdemont, en el palco del Camp Nou. / JORDI COTRINA

Jordi Puntí

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Tercera jornada de liga, tercer artículo de la temporada, y Messi Iniesta siguen sin renovar. O lo que es casi lo mismo: Bartomeu y los suyos siguen sin dimitir. Me pregunto cuantas jornadas pasarán en las que tenga que escribir esta misma frase, si se convertirá en un mantra repetitivo hasta el final -hasta el descalabro que no queremos ni imaginar- o si algún día veremos la luz de una solución, llegue por donde llegue. A estas alturas, cuando la liga no ha hecho más que empezar, uno se imagina que la directiva fía su futuro en lo que haga este nuevo equipo que ha montado a trancas y barrancas. Habrá que ver si el joven Dembélé nos encandila como uno de los mejores asistentes del futbol actual, tal como demostró ayer en el gol de Suárez, y habrá que ver también, desde la distancia, si se confirma que Coutinho no valía esa burrada de millones que en Liverpool pedían por él.

Tercera jornada de liga, pues, frente al Espanyol nada menos, y ayer el aficionado que fue al Camp Nou se encontró con las carpas de Agustí Benedito pidiendo firmas para la moción de censura. Se intuía en el ambiente un aire de lamento, mucha seriedad, como si hubiéramos vuelto a las dinámicas de 20 años atrás. No puede descartarse que algunos aficionados, o muchos, o los que se puedan contar legítimamente, hubieran decidido invertir todo su optimismo en el referéndum del 1 de octubre. En su casa, más de un culé había dedicado diez minutos a escoger el pañuelo blanco más limpio, por si finalmente había que sacarlo a relucir. Ni siquiera los dos empates seguidos del Real Madrid habían conseguido diluir un cierto pesimismo creciente y, hasta cierto punto, infundado, pero la verdad es que los ánimos no estaban para tirar cohetes.

Somos niños malcriados

En esos momentos previos, antes del partido, parecía como si hubiera en el aire una nostalgia del pesimismo. Ese pesimismo nuestro de antes, que en el Barça encuentra siempre alguna sitio por donde desbordarse. Me refiero a cosas como ésta: un amigo me recordaba el otro día que el 2018 será año de Mundial, y nada más mencionarlo revivió la tibieza de ese equipo del Tata Martino, hace cuatro temporadas, y cómo Messi daba la impresión de estar reservando fuerzas durante media liga...

Así será, me temo, la tónica de este inicio de temporada, como si los protagonistas de la vida burocrática del club, los que no saltan al campo, decidieran que pueden imponernos un estado de ánimo. Pero luego está el futbol... Y no, la vida después de Neymar no será un problema. Mientras Messi siga jugando al mismo nivel al que nos tiene acostumbrados -como esos niños malcriados que somos-, mientras despache a los rivales con la misma solvencia con que ayer resolvió el partido contra el Espanyol, todos los que están a su alrededor se vuelven mejores. Tomen a Alba, que ayer leyó como nunca las incursiones por la banda. Así también, llegará el gran momento de Deulofeu, de Dembélé, de Suárez. Con Messi en el campo siempre ocurre, y es una señal de optimismo que ayer les viéramos a todos con tantas ganas. El futbol de hoy no es para los nostálgicos