OPINIÓN
No nos señaléis
No nos dividáis entre buenos y malos, demócratas y antidemócratas, patriotas y traidores... Vuestras líneas rojas las pisamos a diario
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
"Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar."
Martin Niemöller
Solo porque no comulguemos ciegamente con vuestro credo, no nos señaléis. Tolerad que alberguemos dudas así como nosotros respetamos vuestras férreas convicciones. Ejerced vuestro derecho a expresar a voz en grito lo que sois sin despreciar el nuestro a preguntarnos en silencio qué somos. En lugar de imponernos vuestra fe, o de empujarnos a los brazos de la opuesta, compadeceos de quienes jamás tuvimos fe alguna. O la perdimos de tanto cuestionárnosla.
No nos etiquetéis solo porque nos traiga sin cuidado qué nacionalidad nos adjudica el documento de identidad. Ni porque cuando suena un himno nacional, cualquiera que este sea, la mano no se nos dispare automáticamente hacia el pecho en alarde de amor patrio. Ni porque el flamear de las enseñas, que a vosotros tanto os conmueve, a nosotros nos deje indiferentes.
No marquéis con la cruz del sufijo '-istas' (independentistas, soberanistas, unionistas, unitaristas, autonomistas, federalistas, confederalistas…) a quienes nos negaríamos a pertenecer a cualquier club que nos aceptase como socios. Preferimos que nos prohibáis el acceso a que luego nos tengáis que expulsar por desafectos.
No nos dividáis entre buenos y malos, entre demócratas y antidemócratas, entre patriotas y traidores, porque las líneas rojas que vosotros os empeñáis en trazar nosotros las pisamos a diario. Y seguiremos haciéndolo. Si organizarais un partido de solteros contra casados, elegiríamos quedarnos en el banquillo.
No nos odiéis. Ahorradnos el rencor de vuestra mirada cuando intentamos comprobar si es oro todo el material que hacéis relucir. Cuando, antes de decidir si embarcamos o no en vuestra nave, nos interesamos por los verdaderos propósitos y habilidades de la tripulación, y también por los riesgos y desventuras que pudiera acarrear tan ambiciosa odisea. Cuando atisbamos negras nubes de tormenta en ese horizonte que vosotros pintáis tan despejado. Cuando, heréticos, osamos poner en tela de juicio que vuestra Tierra Prometida sea realmente el vergel de abundancia y prosperidad con el que soñáis.
No nos asimiléis. Vosotros, cartógrafos de naufragios venideros, tampoco pretendáis enrolarnos a la fuerza en vuestra inconsciente cruzada. No nos convenceréis de que el mejor mundo posible es el que ya nos habéis procurado, pues vuestra es también la culpa de que hoy proliferen trincheras y banderías. Quienes por intereses espurios dinamitasteis los frágiles puentes de la concordia habéis perdido cualquier autoridad moral para enarbolar la bandera de la convivencia. Y mucho os costará recuperarla.
Ni cínicos, ni sediciosos
No nos cataloguéis como cínicos solo porque no acabemos de creernos que los mismos que derrocharon nuestra confianza gobernando un territorio autónomo la restaurarían de regentar un estado independiente. Ni nos tachéis de sediciosos por defender que los problemas políticos solo se resuelven mediante la política, que las disputas democráticas solo pueden zanjarse a través de votaciones inequívocamente democráticas, legalmente acordadas, con reglas del juego claras y vinculantes para ambas partes en litigio.
En tanto tal cosa no suceda, todos, unos y otros, podéis contaros y recontaros, si así os place, pero con nosotros no contéis; que vuestras cuentas no corran por nuestra cuenta. No queremos ser un número más en vuestra estadística binaria y disolvente.
No nos apuntéis mientras vagamos en tierra de nadie, perdidos en este campo de batalla que tan laboriosamente habéis minado. Eso sí, cuando el fragor de añagazas y amenazas haya cesado, cuando la munición electoralista se agote y llegue la hora de reconstruir cuanto habéis destruido, entonces sí podréis contar con nosotros. Ahí estaremos, sin señalar a nadie.
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