Nos queremos vivas

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ALBERT SÁEZ

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No se me ocurre ningún otro tema más candente para esta columna que el del terrorismo machista. Las fórmulas para combatirlo ensayadas hasta el momento han resultado un fiasco. Han generado más sensibilidad social que ha conllevado más denuncias, pero las mujeres siguen cayendo como moscas, por el simple hecho de ser mujeres y acercarse a hombres que se creen muy hombres. Si otra banda terrorista acumulara 814 asesinatos desde el año 2004 nos pasaríamos el día escribiendo artículos sobre el tema, dedicando portadas, haciendo manifestaciones encabezadas por el presidente del Gobierno. Si la policía hubiera fallado en reiteradas ocasiones y como consecuencia hubiera muertos con una orden de alejamiento vigente, hubieran rodado más cabezas que en la fiscalía de Murcia por encausar a un dirigente del PP.

CONTRA EL PATRIARCADO

Tras cientos de asesinatos, quizás ha llegado el momento de llevar a la centralidad social las soluciones propuestas hasta ahora desde el feminismo radical. Porque hay que ir a la raíz del problema, eso que en la jerga de los movimientos sociales y en cierta literatura científica recibe el hiriente nombre de "patriarcado heterosexual". Una cierta manera de ejercer la masculinidad sienta las bases del comportamiento de esta panda de asesinos, de la misma manera que cierta manera de explicar el Corán o la Biblia engendra el terrorismo fundamentalista yihadista o el fascismo europeo en sus múltiples acepciones. De manera que mientras el ministerio del Interior encuentra el patrón de los asesinos machistas, lo mejor sería que se multiplicasen ejemplos como el de Saúl Craviotto. La clave sería ver a hombres recriminando a hombres el más mínimo comentario o actitud machista que en última instancia derivará en una pulsión asesina. Es cortar de raíz esas bromitas sobre el cuerpo de las compañeras o sobre la discoteca que regala la entrada a las mujeres sin bragas. El terrorismo machista, como tantos otros, nace de una visión supremacista del género masculino que engendra individuos encegados hasta el punto de considerarse dueños de la vida de una mujer. El giro antiopatriarcal es algo más que hablar en femenino.