Al contrataque

'Només són dones'

Los especialistas repiten que la historia de las mujeres no existe. No salen en los libros. No están en los relatos del pasado. Ni en los del presente

SÍLVIA CÓPPULO

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Grita: «Han encontrado a la abuela... Han encontrado sus restos, el lugar exacto, la cuneta donde la echaron; han abierto la fosa y ahora podremos recuperarla y enterrarla como se merece; que al fin pueda descansar». Desde el primer instante, las mujeres somos todos. Guerra civil y posguerra. Cárcel. Solo son mujeres y por eso no las cuentan como presos políticos. Las mujeres no cuentan. El puente de los franceses, mamita mía, nadie te pasa, nadie te pasa.

En la sala pequeña del TNC vemos una gran obra. Las mujeres son Míriam Iscla, que las vive físicamente y nos las hace estremecer, Sol Picó, que las mueve y baila rápidamente o con parsimonia. Arrastrándose por el suelo entre botellas transparentes de cristal simétricamente dispuestas, o en la piscina-ataúd, chapoteando, Maika Makowski, que canta y las convierte en música. El espacio es diáfano y limpio, penumbra y verde. Un piano al fondo, y a la izquierda, filmaciones en blanco y negro de mujeres que nunca habremos conocido atraviesan una pantalla ladeada. De repente, ¡están tan próximas! Somos su memoria, la de ellas, que se silenció.

El montaje que Carmen Portacelli lleva a cabo de cinco historias de mujeres relatadas por Carmen Domingo es intenso y cierto, tiene la pasión de la vida y el sufrimiento; sobrecoge. El pasado se hace presente cuando nos sentimos deudores de nuestras mayores, madres, abuelas y bisabuelas. Mujeres condenadas en juicios prácticamente inexistentes. Los delitos que se les suponen, auxilio, incitación o excitación a la rebelión. Lloramos con la joven que escribe una carta al marido. Ya tienen dos críos y ella vuelve a estar encinta, pero esta vez no verá la carita del niño. Con las manos en el bajo vientre solloza. Antes la habrán de matar. «Las mujeres como usted no tienen derechos», le dice el carcelero. «Tendría que haberlo pensado antes de tener hijos». Se entrecruzan militares, monjas, niños, la que antes que la maten se suicida, la que sobrevive, y años más tarde, como nunca aprendió a escribir, grabará en una casete los relatos vividos. Y como dice la canción final nos reencontraremos con nuestra sangre después de la pesadilla y la disonancia. Perdonar es de sabios, y olvidar, de insensatos.

EL TEATRO SE HACE HISTORIA

Salgo del teatro. Ya sé que la historia la escriben los vencedores, aunque más tarde lleguen otros memoriales. Los especialistas repiten que la historia de las mujeres no existe. No salen en los libros. No están en los relatos del pasado. De hecho, tampoco lo hacen en los del presente. Hoy mismo, en este periódico, mirad las fotos y los titulares. ¿Veis mujeres? ¿Cuántas? «Vosotras sois mujeres. No sois nada. Tenlo claro», decía el juez mientras les pegaban. El teatro es arte y se hace historia. Ellas fueron, ellas son, y solo son mujeres.

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