NÓMADAS Y VIAJANTES

El Nobel y los talibanes

RAMÓN LOBO

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La decisión de Barack Obama de dejar el repliegue final de las tropas de Afganistán al próximo presidente de EEUU, sea hombre o mujer, es un reconocimiento de que la retirada de las tropas de Irak, completada por su Gobierno en el 2011, fue un error. Y lo fue, pero menos que la orden del presidente anterior de enviarlas a invadir un país sin un plan para el día después. EEUU derrocó a un dictador indefendible y liquidó la unidad de Irak cuando creía disolver el Ejército y el partido Baaz. El disparate ha costado cientos de miles de vidas (iraquís).

Ahora, tras 14 años en Afganistán, comprobamos que EEUU sigue sin tener un plan para derrotar a los talibanes. No hay ideas, solo balas. Como en Siria.

Barack Obama llegó a la Casa Blanca como un presidente antiguerra: crítico feroz de George W. Bush y de su maquiavélico vicepresidente Dick Cheney, y con la promesa de cerrar Guantánamo. Parecía el apóstol de la paz después de tanta locura bélica post 11-S. Quizá, por eso le entregaron un premio Nobel de la Paz preventivo. El galardón fue, en realidad, un acto de discriminación positiva: se lo dieron por ser el primer afroamericano en llegar a la presidencia de EEUU.

La reciente toma talibán de Kunduz, y su control militar durante varios días hasta que decidieron replegarse, fue más una maniobra de propaganda que militar. El nuevo jefe del grupo, Ajtar Mansur, con un liderazgo cuestionado por sus mentiras sobre la muerte hace dos años del mulá Omar, necesitaba un éxito, demostrar que es capaz de conducir al movimiento hacia la victoria final.

Con el golpe de Kunduz también enviaba un mensaje al débil Gobierno de Kabul apoyado por la OTAN (léase EEUU): podemos tomar Kabul. Obama ha captado el mensaje. Tras muchos rodeos y dudas acepta algo que todo el mundo sabe desde el 2007, cuando los talibanes recuperaron la iniciativa militar en una guerra que EEUU y sus aliados europeos creían ganada. Es una constante en la historia de la estupidez: el emisor de propaganda acaba creyéndose sus propias mentiras.

Lo que todo el mundo sabe es que el Gobierno pro-occidental de Kabul, tenga de presidente a Ahmid Karzai o Ashraf Ghani, carece de capacidad militar, y de apoyo social en amplias zonas del país, para defenderse de los talibanes. EEUU no puede derrotarlos, como ha demostrado, pero al menos su presencia permite un empate. Los B-52 en el aire son un garante mortífero. Sin soldados y pilotos estadounidenses, los talibanes tomarían Kabul en unos meses. Pero con los B-52 es imposible la paz porque las bombas no distinguen hospitales de MSF de milicianos.

Cuestión de implicarse

Como Obama no se presenta a las elecciones del 2016, no teme que la pirueta afgana le cueste votos. Puede que perjudique a Hillary Clinton, y que en lo que parece un contrasentido, beneficie a los republicanos que han sido eficaces en construir un relato que culpa a Obama de los éxitos del Estado Islámico. El único que dice que derrocar a Husein fue un error es Donald Trump, que de esta manera pone en aprietos al tercer Bush de la saga, el llamado Jeb.

La única buena noticia (aparente) para EEUU en Afganistán es que el Estado Islámico empieza a obtener algunos éxitos en su guerra civil islámica contra Al Qaeda y los talibanes. Esto podría debilitar al mulá Mansur, pero el problema resultante sería mayor que el actual. No solo Afganistán, todo el mapa de Oriente Próximo y Medio, el que iban democratizar los neocon de Cheney, es un incendio sin control.

El futuro hombre o mujer que dirija la Casa Blanca tendrá que afrontar decisiones complicadas. Su herencia será la suma de los errores de Bush y de Obama, que optó por calzarse los mismos zapatos. Tal vez ese sea el margen real de poder para un presidente en EEUU: elegir si bebe cocacola o pepsicola.

No solo se trata de mantener o no tropas en Afganistán más allá del 2017; también de la posibilidad de implicarse más en Irak. Sirven las mismas razones esgrimidas por Obama que en el caso afgano: no pueden dejar tiradas a las personas que confiaron en ellos.

También deberá decidir, si es que ya no está decidido, si apoya al régimen sirio para derrotar a los islamistas del Estado Islámico. La partida con la Rusia de Vladimir Putin, que también es de propaganda, conlleva enormes riesgos si los dos países no juegan a lo mismo y de manera coordinada. Siria es un peligroso polvorín que no puede esperar a las elecciones.