Pequeño observatorio

No tenemos la cultura de la voz baja

El restaurante puede sentirse como espacio indómito o como un lugar que ha adquirido la condición de familiar

Nueva rotulación del antiguo restaurante Pitarra.

Nueva rotulación del antiguo restaurante Pitarra. / FERRAN NADEU

Josep Maria Espinàs

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Me alegro de que existan los restaurantes. Aunque, desde hace muchos años, ha circulado esta sentencia: "Como en casa, nada". Hay ciudadanos que lo creen y otros que no están de acuerdo. Influye en ello, pienso, la sociabilidad pública: el restaurante puede sentirse como un espacio indómito o como un espacio que, a menudo frecuentado, ha adquirido la condición de espacio familiar.

Mi cuñado Néstor Luján, escritor y gran gurmet, me hizo descubrir la cocina del restaurante Lázaro, como punto de cita periódica para irnos viendo. El excelente gastrónomo murió demasiado pronto, pero aquella cocina tan razonable continúa funcionando.

En mi Eixample han ido apareciendo, estos últimos años, docenas de cafés reconvertidos en restaurantes que se anuncian en la calle ofreciendo prácticamente las mismas comidas en los mismos carteles.

No tengo nada que decir, no es ninguna crítica. Si siempre he sido defensor de la libertad de iniciativa y de la evolución de las costumbres, no debo descalificar lo que inesperadamente me sorprende. Yo he conocido muchos restaurantes, a lo largo de mis viajes. Y alguna vez he pensado que no me daban para comer lo que yo me esperaba. Era, de verdad, una cocina popular. A menudo no me preguntaban qué quería. Yo era un forastero, pero no tenía que comer como un forastero que tiene voz y voto. Sin haberlo pedido, a menudo aparecía un porrón en mi mesa.

Un restaurante es un espacio de muestras humanas. La observación debe ser discreta, naturalmente. Me parece que fue en Londres donde entré en un pub en el que estaba colgado este letrero: "Habla en voz baja, por favor". No sé si estaba más lleno que los pubs que admitían las expansiones verbales. La diversidad de opciones se llama libertad.