Análisis

Niños 'de los nuestros' y 'de los otros'

La protección de la infancia ¿es una responsabilidad de toda la sociedad o la dejamos en manos de los profesionales y de la Administración?

ENRIC CANET

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Desde hace casi cien años ha mejorado el valor que la sociedad da a la infancia. De ser un estado previo al que había que instruir para pasar a fuerza de trabajo, a ser una persona a la que hay que acompañar y proteger en su proceso hacia la vida adulta.

Todavía nos queda mucho para que la infancia ocupe una posición central. De vez en cuando aparecen casos donde la falta de coordinación o la negligencia de no querer mojarse han dejado niños desprotegidos. Y en algunos casos, con graves secuelas. Sin embargo, sabemos que cualquier noticia que afecta a la infancia genera mucho malestar aunque después, colectivamente, nos cuesta encontrar soluciones inmediatas y perdurables. Y nos afecta porque a los niños pequeños, sin distinción, los sentimos de los nuestros.

Pero llega un momento en el que ciertos menores dejan de ser de los nuestros. Porque ya son adolescentes o porque ciertas características nos los hacen considerar de los otrosLos niños generan gracia y ternura... Los jóvenes, ninguna. No tenemos en cuenta que hasta los 18 años un joven debe ser considerado menor; no para obstaculizar su crecimiento, al contrario, para darle todas las herramientas legales para facilitárselo.

Y es precisamente la adolescencia un momento esencial del crecimiento humano. Con todas las transformaciones que estructuran a la persona, es esencial velar por su protección. Sabemos, sin embargo, que esta etapa es compleja, y a menudo, ya que molestan, los apartamos con respuestas nada educativas. Intentamos no mirar, desplazar el problema. Ya no les reímos las gracias como a los niños, les tachamos de insalvables. Encontramos cualquier argumento por considerarlos de los otros.

Finalmente, los 18 años ya son la gran excusa para desplazarlos al ostracismo. Y sobre todo si han nacido fuera y no tenemos la obligación de la ley. Algunos de ellos han vivido procesos largos, desde sus orígenes. Unos, porque migraron en condiciones muy duras. Otros, con historias sociales y familiares complejas, con largas estancias en centros tutelados. Con la mayoría de edad legal les exigimos ser autónomos. Con los grandes obstáculos, añadidos a la poca madurez, de las grandes dificultades de acceder a más formación, de encontrar vivienda y recursos económicos. Más grave para los jóvenes no nacidos aquí, por la complicación de la situación administrativa y las dificultades añadidas para encontrar trabajo o vivienda.

De vez en cuando saltan las alarmas ante casos de conflictos. Deberíamos hacernos algunas reflexiones: la protección de la infancia ¿es una responsabilidad de toda la sociedad o la dejamos en manos de los profesionales y de la Administración? Nosotros, como vecinos, personas de la comunidad, además de exigir que la infancia y la juventud ocupen el centro de toda agenda social y política, ¿cómo colaboramos para que esto sea posible?

Es necesario que todos nos preguntemos si todos los niños, adolescentes y jóvenes, sea cual sea su origen o el de su familia, son de los nuestros. Si no, además de regirnos por un planteamiento ético difícil de digerir estaremos facilitando los conflictos y la exclusión social de manera perdurable.

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