ANÁLISIS

Pasadle la pelota a Neymar

ERNEST FOLCH

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Pocas cosas hay más excitantes que asistir en directo a la explosión de un jugador. No sucede a menudo, puesto que la mayoría maduran progresivamente. Pero en jugadores superdotados se produce a veces el milagro de la eclosión súbita, que les lleva a dar un salto de calidad en un tiempo récord. El barcelonismo ha tenido la suerte de asistir a algunos de estos arrebatos: sucedió con Ronaldo, que nació en directo ante nuestros ojos,  con aquel Ronaldinho que se comía al mundo con su sonrisa, y por supuesto con un jovencísimo Messi, que nos dejó con la boca abierta, Capello incluído, en el Gamper.

A esta ilustre lista hay que sumarle urgentemente a Neymar, que cabalga desatado desde la lesión de Messi. Algunos dirán con razón que ya era antes un futbolista con una capacidad técnica excepcional, pero incluso sus acérrimos defensores tendrían que reconocer que le faltaba todavía algo para coronar el fútbol mundial. Pues bien, Neymar lleva ya 10 semanas desbocado, como si los rivales no existieran, con una punta de velocidad escandalosa y lo que es mejor, con una libertad, una imaginación y una capacidad creativa que le llevan a resolver jugadas de una manera nueva, como si fuera el primero en fundarlas.

En cada partido realiza algo asombroso, como contra el Valencia, con un regate en seco y arrancando en estático que convirtió a Vezo en un mero espectador, y después en un eslálon imposible que no terminó en gol de milagro. Neymar se encuentra en un estado que es mucho más que un momento dulce: sencillamente ha dado un salto estratosférico, y nosotros estamos en primera fila asistiendo a un prodigio que trasciende el Barça pero que al mismo tiempo se produce justamente gracias al Barça. Porque el estallido definitivo de un gran jugador ha sido posible una vez más por el famoso estilo, que penaliza a los mediocres pero arropa y eleva a los grandes talentos, puesto que les da muchas más oportunidades al tener la posesión del balón como uno de sus dogmas irrenunciables.

El fútbol portentoso de Neymar, aparecido como una revelación, debería dejar en un segundo plano el amargo empate en Mestalla, que tiene más pinta de accidente que de enfermedad, puesto que jugando así lo normal es ganar 99 de cada 100 partidos. Y es que ningún resultado le puede robar ahora al barcelonismo este estado de enamoramiento con su equipo y concretamente con Neymar. Mientras otros se agarran al marcador para sobrevivir, nosotros tenemos una petición: pasadle la pelota a Neymar, por favor. Cuantos más balones toque, más felices seremos

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