CONFLICTO SIN SOLUCIÓN

Narcosalas clandestinas

La droga puede acabar con todo lo que ha resistido en el Raval a la presión turística y la gentrificación

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EVA ARDERIUS

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Hay noticias que se cronifican. Dejan de tener impacto mediático, ya no son pregunta obligada en las entrevistas y se quedan sin 'likes' ni compartir en las redes sociales. El foco informativo se apaga pero el conflicto se queda.

Con los narcopisos del Raval está pasando exactamente esto. Eran noticia de primera página en verano, pero el impacto de los atentados y ahora del 1-O los ha dejado en segundo plano. De acuerdo que el interés mediático no se puede mantener en el tiempo. Asumo mi responsabilidad como periodista, pero lo que no puede desaparecer es el interés institucional. Solo con la ley es difícil desalojar pisos de entidades bancarias que se desentienden de ellos y ni se molestan en denunciar las ocupaciones. Pero, aun así, al problema de los narcopisos hay que dedicarle más esfuerzos de los que dedican Ayuntamiento y Generalitat.

Después de las imágenes que los vecinos difunden casi cada día, de repetidas caceroladas y protestas, de un incendio en un piso y un escape de gas en otro, es difícil entender que solo se prometa una comisión de seguimiento, prevención para evitar más ocupaciones, refuerzo de limpieza y alguna actuación de los Mossos.

Un nuevo mercado de la droga

La droga deteriora a las personas pero también puede deteriorar a todo un barrio. La prueba es que ha desgastado y dividido a los vecinos, ha generado inseguridad, ha hecho que cierren negocios y ha provocado que algunos se marchen del Raval. No debe haber peor sensación que no querer llegar a casa o abrir la puerta preguntándote qué te vas a encontrar en la escalera. Esto es lo que viven los vecinos de los narcopisos y no es el único efecto de este nuevo mercado de la droga. La otra, incluso más grave, es la situación de los que van ahí a pincharse. Los narcopisos se han convertido en narcosalas clandestinas.

Explicaba Joan Colom, subdirector general de Drogodependències de la Generalitat, que en estos pisos no hay ningún control sobre los consumidores, son simples clientes que se llevan la droga puesta y a quien nadie presta la mínima atención. En caso de sobredosis nadie les atenderá. Es la gran diferencia con las salas de venopunción de Barcelona, donde el año pasado se dieron 125 casos de sobredosis aguda. Ninguna, por suerte y gracias a la atención recibida, acabó en muerte.

En estos pisos no hay ningún control sobre los consumidores y no se les presta la mínima atención. En caso de sobredosis nadie les atenderá

En todo esto solo hay alguien que gana, los traficantes. Pueden trabajar desde casa, que no es ni la suya por cierto, al amparo judicial y policial que dan las ocupaciones ilegales y fidelizando clientes porque allí nadie les ofrece alternativas para salir de ese mundo.

Los narcopisos ponen en riesgo el frágil equilibrio del Raval y la droga puede acabar con todo lo que ha sobrevivido a la presión turística y la gentrificación. Si no se actúa, los que aún resisten se irán y dentro de un tiempo, veremos un cartel de un grupo inversor anunciando apartamentos de lujo en un sitio hoy impensable como la calle d’En Roig o Sant Gil. Esta vez la culpa no será del turismo. No será porque los vecinos no hayan avisado.