Pequeño observatorio

El mundo y yo despertamos juntos

Sin el dominio de la luz artificial la vida en el planeta retrocedería muchos siglos

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JOSEP MARIA ESPINÀS

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En el suplemento dominical de este diario he encontrado un tema que me afecta. De hecho, puede interesar a todo el mundo. Cómo dormimos y cuánto tiempo dormimos. En la época prehistórica no había opciones para elegir. El Sol mandaba y las actividades humanas debían adaptarse al régimen solar. El Sol era un dictador contra el que no se podía luchar. La órbita de la Tierra tenía el poder de dominar la luz, ahora la pongo y ahora la oculto. Este poder no ha desaparecido, pero los humanos -que tienen el poder de ser creativos- han inventado unos soles artificiales, millones y millones de pequeños soles que iluminan calles, tiendas, restaurantes cuando el señor Sol decide desaparecer.

Los humanos tenemos una aptitud que no tienen los otros seres vivientes: podemos fabricar luz. Es un invento fantástico. Sin el dominio de la luminosidad artificial el mundo volvería siglos atrás. La orgullosa informática sufriría una terrible derrota. Yo quizá podría sobrevivir como escritor, porque no trabajo con un ordenador sino con una máquina de escribir mecánica, aquella que funciona solo con las pulsaciones de mis dedos sobre las teclas. Un día alguien -no recuerdo quién- me dijo que yo era una persona muy «enchufada». Me parece que quería ser un elogio, pero puedo asegurar que mi vieja Olivetti no me ha exigido nunca que la enchufe para dejarse teclear.

Volviendo a la luz, es evidente que permite evitar muchos peligros. Pero cuando nos vamos a la cama, los humanos nos dividimos en dos grupos: los que dormimos como un tronco aunque nos rodeen ruidos -tengo la experiencia de coches, motos y camiones- y quienes precisan total silencio.

Mientras duermo, la Tierra va girando. Es su trabajo. Dicen que mientras dormimos pasamos por varios estados de conciencia. Que hagan lo que quieran, lo que me importa es saber que un día más he despertado.