En sede vacante

El Mundial y las filiaciones emotivas

josep Maria Fonalleras

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La selección española empieza a jugar el Mundial de fútbol y es una de las favoritas, como creen muchos analistas y algunas casas de apuestas, lo que ha desatado la pasión que despierta este equipo. Su hipotética victoria nos aboca a una visión a medio camino de la ucronía y la ciencia ficción. Es decir: ¿qué pasará si España gana el campeonato del mundo? Hace cuatro días, una pregunta así habría desatado carcajadas. Hoy no es nada estrafalaria. Es una posibilidad cierta y del todo factible. ¿Qué pasará? No cuesta mucho imaginar riadas de gente, en plenas vacaciones de julio, pendientes de un televisor y dispuestas a salir a la calle a ondear banderas de la monarquía constitucional (y quizá de otras) disfrutando de un triunfo que sería, sin exagerar, histórico. No cuesta mucho imaginar que muchos de los problemas que hoy están sobre la mesa se desvanecerían ante la oleada de la Roja, un estallido de nacionalismo español que ya probamos con motivo de la Eurocopa y que ahora llegaría a límites nunca vistos. Puede ocurrir.

Algunos no podemos animar con fervor a esta selección. Por motivos sentimentales, por miedo a las consecuencias, porque no hay lazos de esos que se alimentan con la mitología de la historia. Nos miramos el Mundial, como dijo hace poco Josep-Maria Terricabras, con el deseo de ir con quien mejor juega, con ganas de descubrir una filiación emotiva provocada por la belleza del juego. El problema de este Mundial, para todos nosotros, huérfanos de selección, es que la española reúne los requisitos de los estetas. ¿Serán sus triunfos una oportunidad –quizá la última– de fomentar y fundamentar un especie de pacto federal? ¿O sucumbirá el juego bonito y la estrategia discreta de La Masia ante el aluvión de gritos apasionados y furiosos que dirán, de nuevo, «antes roja que rota»?