La clave

Mujeres, negros, gais y... ¡viejos!

Los ancianos sufren el desdén, la displicencia de una sociedad que entiende la vejez como una enfermedad

Un grupo de ancianos charla en el parque del Centro Civico Castello.

Un grupo de ancianos charla en el parque del Centro Civico Castello. / periodico

LUIS MAURI

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El siglo XX abrió el camino de la liberación de amplios grupos de población oprimidos. En las democracias industriales, la mujer consiguió el derecho al voto, se sacudió de encima la cadena perpetua del matrimonio, conquistó el derecho al placer propio y el control sobre la maternidad y se integró en el mercado laboral y en la esfera pública. Los negros lograron sus derechos civiles en EEUU y en Suráfrica. Y los homosexuales demolieron los muros de la invisibilidad y, ya en el XXI, han conquistado en algunos países la libertad sexual y el derecho al matrimonio y la adopción. 

Ni las mujeres ni los negros ni los homosexuales han alcanzado la igualdad plena. Pero los avances son formidables y aumentarán en las décadas venideras. La próxima frontera la definen ya los combates contra la brecha salarial de género y la extorsión sexual en las organizaciones jerárquicas (empresas, industria cultural, instituciones…).

Pero hay un grupo de población marginado más numeroso que las mujeres, las minorías raciales y los homosexuales y que todavía tiene pendiente su propia revolución: los viejos. Hombres o mujeres, gais o heterosexuales, negros o blancos, los ancianos sufren el desdén, la displicencia de una sociedad que entiende la vejez como una enfermedad en vez de una etapa de la vida.

Excluidos de los ciclos productivo y reproductivo, el dictado cultural del capitalismo ve a los viejos como una rémora. Incluso como un riesgo financiero derivado del aumento de la longevidad, como contaba este domingo Núria Navarro en un reportaje indispensable

La condena cultural de la vejez empuja a muchos ancianos a negarse a sí mismos. La sociedad no les reconoce el derecho a la sexualidad ni a ser tratados como adultos y no como niños o incapacitados. Los hijos les devuelven una sobreprotección castradora, a menudo pendientes de la herencia.

En estos casos, conviene pensar en Geraldine Chaplin. «¿Qué piensa hacer en los próximos años?», le preguntó un periodista. «Patearme la herencia de mis hijos», respondió al vuelo la actriz.