El cambio en el Magreb y Oriente Próximo

Mujeres, islam e internet

Las comunicaciones en red permiten una autoorganización femenina en los regímenes autoritarios

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ENRIC MARÍN

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Mientras los neoconservadores europeos y americanos no dejan de satanizar a la sociedad iraní, los resultados de las últimas elecciones parlamentarias en Irán han reforzado la posición de los reformistas de Hasán Rohani. Los resultados definitivos de estas elecciones serán un nuevo indicador de las transformaciones sordas que se están produciendo en la región del Magreb y Oriente Próximo. Unos cambios no siempre visibles, pero con un potencial revolucionario que no se debería menospreciar. Algunos de los factores que coinciden son: intensa urbanización, alta proporción de población joven, emergencia femenina y comunicaciones globales.

Frecuentemente, los cambios revolucionarios no son percibidos como tales. Refiriéndose a la fuerza transformadora de las nuevas clases populares urbanas, el profesor Jesús Martín-Barbero llama la atención sobre la paradoja de que ha sido en la integración donde ha tomado forma la subversión: «Las masas querían trabajo, salud, educación y diversión; pero no podían reivindicar su derecho sin masificarlo todo (...). La masificación era a la vez,  y con la misma fuerza, la integración de las clases populares en la sociedad y la aceptación por parte de esta del derecho de las masas, es decir, de todos, a los bienes y servicios que hasta entonces solo habían sido privilegio de unos pocos. Y eso la sociedad no podía aceptarlo sin transformarse al mismo tiempo profundamente. Pero esa transformación no tomó ni los rasgos ni la dirección esperada por los revolucionarios y entonces estos pensaron que no había habido ninguna transformación» (De los medios a las mediaciones).

TIEMPO DE MADURACIÓN

Efectivamente, las revoluciones no siempre son lo que parece. O no son del todo evidentes, o no suelen coincidir de forma restrictiva con los cambios políticos repentinos. Las transformaciones sociales más profundas no son epidérmicas y requieren tiempo de maduración. Así, una de las transformaciones sociales que más y mejor ha modificado en sentido positivo el paisaje social a lo largo del siglo pasado ha sido el acceso de la mujer al espacio público y los derechos económicos, culturales y políticos.

Es una transformación democrática aún incompleta, pero que contribuye decisivamente a definir un cambio de época. Cuando en el siglo XIX se reivindicaba el sufragio universal se daba por supuesto que el universo político era exclusivamente masculino. No fue hasta entrado el siglo XX que las sufragistas consiguieron los plenos derechos políticos para las mujeres en los países de mayor tradición democrática.

AUTORITARISMO PATRIARCAL

Pero, ya en el siglo XXI, y con diferentes intensidades, la contradicción entre las reivindicaciones democráticas de las mujeres y el autoritarismo patriarcal aún está muy viva en todas partes. Y es uno de los fenómenos sociales más relevantes en los países de cultura política musulmana. De hecho, es el principal antagonismo social. Particularmente, en los regímenes de fundamentación teocrática.

La toma de conciencia de las mujeres y su progresiva capacidad de movilización y autoorganización no es ajena a la educación y las comunicaciones globales y en red. Malala Yousafzai ya se ha convertido en el feliz símbolo de la lucha por el acceso de la mujer al sistema escolar y la educación superior. A su vez, las comunicaciones globales permiten imaginar formas de vida más igualitarias y respetuosas con la diversidad de género.

Finalmente, las comunicaciones en red permiten nuevas formas de movilización y de organización social menos jerárquicas. No debe sorprender que las mujeres tuvieran un papel relevante en la revuelta egipcia. Es muy significativo el papel que jugaron los blogs de la joven activista Asmaa Mahfouz los meses de enero y febrero del 2011 en el inicio de la revuelta. Tan significativo como la brutalidad con que la policía reprimió a las mujeres manifestantes de la plaza Tahrir.

TRADICIÓN Y MODERNIDAD

El mundo no vive una guerra de religiones o un choque de civilizaciones. El mundo vive un choque entre tradición y modernidad en un orden mundial marcado por desequilibrios estructurales. Un choque en el que los jóvenes y las mujeres de los países emergentes son, a la vez, víctimas y fermento de renovación, emancipación y democratización. El autoritarismo oligárquico y patriarcal necesita legitimarse con una interpretación arbitraria, sesgada y anacrónica del islam para justificar su despotismo. A su vez, los neoconservadores occidentales se encuentran cómodos reforzando la caricatura demoníaca del islam.

La muestra más actual y llamativa es Donald Trump. Estamos ante dos autoritarismos que se retroalimentan: el fundamentalismo islamista y el neconservadorismo occidental. Si uno y otro lograsen imponer su programa, las posibilidades de avanzar hacia un esquema de paz y democratización en el Magreb y Oriente Próximo se reducirían de forma dramática. Todos seríamos víctimas de eso, empezando por los jóvenes y las mujeres de estos países.