Mujer y diversidad funcional

MARTA ROQUETA

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El término ‘diversidad funcional’ fue acuñado en 2005 por el Foro de Vida Independiente, una entidad española que agrupa a personas con algún tipo de discapacidad. Se trata de un concepto que ha sido creado por las mismas personas a las cuales se refiere, que tradicionalmente han sido presentadas en situación de dependenciainfantilizadas o tratadas con cierto paternalismo.

El concepto traslada la cuestión de la discapacidad del individuo desde el ámbito privado –vista como una tara que hay que reparar de un ser humano– al público, al hacer a la sociedad partícipe de la integración de esa persona. Así, la categoría de ‘diversidad funcional’ englobaría las personas que tienen un funcionamiento corporal diverso que conlleva una desigualdad social.

Un informe del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Autònoma de Barcelona publicado el año pasado alertaba de las discriminaciones específicas que afectaban a las mujeres con algún tipo de discapacidad. 

El estudio apuntaba que tienen menos posibilidades de ser derivadas a servicios especializados para la detección de cáncer de mamaútero ovarios. Relacionaba este hecho con la desvinculación entre feminidad diversidad funcional en nuestra sociedad. Una mujer con alguna discapacidad física o intelectual no encaja con las expectativas alrededor de aquellas personas a las que se atribuye el género femenino. No pueden cuidar, sino que en muchos casos necesitan ser cuidadas o precisan de más apoyos para desempeñar las tareas cotidianas. Tampoco se las suele considerar aptas para reproducirse.

El informe alertaba de las pocas oportunidades educativas, laborales y sociales que tenían. Un 7,5% de mujeres con diversidad funcional no saben leer escribir, por un 5,5% en el caso de los hombres. Más alto es también el porcentaje de mujeres que no han finalizado los estudios de primaria, un 21,1%, que el de los hombres en esta misma situación, un 16,6%.

Otorgar más oportunidades a estas mujeres es aún más prioritario si se tiene en cuenta que su nivel de exposición a malos tratos es mayor. El informe explica que, en los casos en que son víctimas de violencia machista, suelen evitar denunciarlo por miedo a perder su asistencia o a ser institucionalizadas.

El temor a no ser escuchadas creídas, tan frecuente en casos de maltrato abuso sexual hacia mujeres sin ninguna discapacidad, es mayor en este colectivo, sobre todo en aquellas con problemas de comunicación, problemas psicológicos discapacidad intelectual. El estudio indica que si una mujer cuenta con una red de apoyo, las posibilidades de que sufra violencia se reducen un 63%.

Muchas mujeres de este colectivo presentan cuerpos que nunca alcanzarán los ya de por sí inalcanzables cánones de belleza. De hecho, ni tan sólo se considera que tengan cuerpos normativos. En consecuencia, tampoco se suelen percibir como deseables. La infantilización vinculada a las personas que necesitan cuidados, además, tampoco facilita que se las vea como ‘deseantes’. Y, cuando se plantea su sexualidad, suele realizarse en términos reproductivos, al abordar el problema que supondría que se quedaran embarazadas.

La estigmatización del deseo sexual en personas con diversidad funcional es común en hombres y mujeres. En el hombre, la sexualidad normativa suele centrarse en el coito, en la potencia, la alta actividad y la dominación. Sin embargo, el hecho de que la sexualidad masculina se haya desvinculado de la reproducción y se perciba como un derecho, una necesidad y un deseo propicia que los hombres con discapacidad puedan plantear el tema de forma un poco más abierta que las mujeres.

Uno de los trabajos audiovisuales que recientemente ha tratado la sexualidad en el marco de la diversidad funcional es el documental Yes, we fuck!. En él aparecen tanto hombres como mujeres hablando de sexo y disfrutándolo, a menudo mediante caricias y otras formas de relación que no incluyen el coito. También se habla del posporno ‘tullido’, protagonizada por personas con diversidad funcional, y se debate sobre la figura del asistente sexual.

Así pues, conocer la exploración de la sexualidad por parte de personas que no encajan en los cánones de erotismo normativos puede ayudar a cuestionarnos cuáles son las prácticas sexuales imperantes, cómo se transmiten y cómo son representadas.